30 Ιουνίου 2012

ΘΕΟΚΡΙΤΟΥ ΕΙΔΥΛΛΙΟΝ ΧΧΙΙΙ (ΕΡΑΣΤΗΣ Η' ΔΥΣΕΡΩΣ)

“Idilio XXIII”, de Teócrito

Un hombre apasionado amaba a un cruel adolescente, si por belleza notable, no en cambio igual en su conducta. A su enamorado detestaba y ni un amable gesto tenía para con él en su ignorancia de qué dios es el Amor, qué dardos amargos les dispara a los muchachos, y áspero de todo punto era en las palabras y en el trato. No había en él consuelo alguno para tales ardores, en sus labios no un breve mohín, no un luciente destello de sus ojos, no una manzana, no una palabra, no el beso que al amor da alivio. Tal como la fiera de los bosques a los cazadores mira recelosa, así con todo humano él se comportaba; salvaje era la mueca de sus labios y amenazador el mirar de sus pupilas… Su rostro se alteraba con la bilis, y el color, cercado por la insolencia de su cólera, le huía. Mas aún así seguía estando hermoso y con su cólera más el enamorado se excitaba. Y al fin éste no pudo soportar tan gran llama de la diosa Citerea, sino que, dirigiéndose entre llantos a la casa odiosa, besó sus jambas y así se alzó su voz:
«Salvaje y odioso niño, cachorro de funesta leona, niño hecho de roca e indigno del amor, a traerte he venido el presente postrero de mi soga. Pues ya, muchacho, no quiero agraviarte más con mi presencia, sino que marcho allá a donde tú me has condenado, donde dicen que está para los enamorados el remedio común de sus desdichas, donde está el olvido. Pero incluso si llevo por entero tal remedio a mis labios y lo apuro, ni así apagaré mi pasión. Mas ahora voy a decir adiós a tu puerta. Sé lo que vendrá: también la rosa es linda y el paso del tiempo la marchita, y es linda la violeta en primavera y con prontitud se agosta; blanco es el lirio, pero se marchita a poco florecer, y la nieve es blanca y se derrite al poco tiempo de caer. Y la belleza de los muchachos es hermosa pero de vida breve. Tiempo vendrá en que también marás tú, cuando, abrasado el corazón, llorarás amargas lágrimas. Pero tú, niño, dame el gusto este que será el postrero: cuando ak salir al infeliz a tus puertas veas colgado, no pasas de largo, sino quédate y llora un breve instante, y luego de derramar tuw lágrimas líbrame de la cuerda, envuélveme y cúbreme con las tropas de tu propio cuerpo y bésame por última vez. Aunque sea ya un muerto, concédeme la gracia de sus labios. No te asustes de mí, que no puedo a mi vez besarte, así, con un beso, te librarás de mí. Cávame una tumba que ocultará mi amor, y cuando vayas a marcharte, grítame por tres veces; “Ahí yaces, querido”. Y si lo deseas, añade esto: “Pereció mi hermosos camarada”. Escribe también este epitafio, que yo grabo en tus paredes: “A éste lo mató el amor. Caminante, no sigas sin pararte tu camino. Detente y pronuncia estas palabras: cruel era el amigo que tenía” ».
Tras decir esto, tomó una piedra y… la horrible piedra, até de ella (?) la fina cuerda, echó un lazo a su garganta, hizo rodar el asiento de debajo de sus pies y allí quedó suspendido, muerto. Y el otro a su vez abrió la puerta y vio el cadáver colgado en la entrada de su propia casa. Y no se le conmovió el alma, no lloró la reciente muerte, sino que manchó sobre el muerto sus ropas todas de adolescente y marchó a las competiciones del gimnasio y, tranquilamente, a los baños que eran su pasión y cerca del dios que había ultrajado. Del plinto de piedra voló al agua, pero desde la altura saltó también la estatua y mató al vil mozalbete. El agua se tiño de rojo y sobre ella flotó la voz de niño:
«Regocijaos, vosotros los amáis, pues el que odiaba recibió la muerta. Y amad, vosotros los que odiáis, pues el dios sabe hacer justicia».

Bucólicos griegos (Akal, 1986)
Edición de Máximo Brioso Sánchez

20 Ιουνίου 2012

ΘΕΟΚΡΙΤΟΥ ΕΙΔΥΛΛΙΟΝ ΧΧΧ

Wilhelm von Gloeden

Idilio XXX”, de Teócrito

¡Ay, qué penosa y malaventurada es esta enfermedad! Cual fiebre cuartana ya por segundo mes me domina la pasión por un muchacho, moderadamente guapo pero que, cuanto del suelo sobresale, es todo encanto, y muy dulce es la sonrisa de sus mejillas. Ahora el mal hay días que me ataca y días que remite, mas pronto no habrá tregua ni aun para lograr un breve sueño, pues ayer al pasar sus ojos me lanzaron una rápida mirada, por vergüenza de mirarme de frente, y su tez se cubrió de arrebol, y el amor más aun se me aferró al corazón y a casa marché con una nueva herida en las entrañas. Convoqué a mi alma y largo fue el coloquio que conmigo mantuve:
«¿Qué es lo que de nuevo haces? ¿Cuál será el fin de tu locura? ¿No te has dado cuenta todavía de que tienes canas en las sienes? Te ha llegado el tiempo de la cordura, y, si tu aspecto en absoluto es ya l de un joven, no te comportes como los que ahora empiezan a saborear sus años. Y aun de otra cosa no te acuerdas: que es preferible que el hombre que ya es mayor se aleje de los dolorosos amores que un mocito provoca. Pues para éste la vida corre como las patas de veloz gacela y mañana largará las velas para navegar en otra dirección, y la flor de su dulce juventud se queda con los de su edad. Pero al otro, pendiente de us recuerdos, la pasión le roe hasta la médula y por la noche son muchos sus sueños y el plazo de un año no le basta para librarse de su penosa enfermedad.»
Esto y mucho más le eché en cara a mi alma. Y ella me alegó:
«Quien cree que vencerá al taimado Amor, cree que con facilidad descubrirá cuántas veces nueve son las estrellas que están sobre nosotros. Y ahora, lo mismo si quiero que si no, he de alargar el cuello y tirar el yugo, pues tal, buen hombre, es la voluntad del dios que hasta de Zeus hizo vacilar el alto pensamiento y de la propia diosa que naciera en Chipre. Lo que es a mí, efímera hoja que apenas necesita ligera brisa, me alza y en un instante de un soplo me transporta.»

Bucólicos griegos (Akal, 1986)
Edición de Máximo Brioso Sánchez

10 Ιουνίου 2012

ΘΕΟΚΡΙΤΟΥ ΕΙΔΥΛΛΙΟΝ ΧΙΙ (ΑΪΤΗΣ)

William Russell Flint

"Idilio XII", de Teócrito

¿Has vuelto, querido joven? ¡Dos días y dos noches lejos!
(Quien arde con amor, envejece en un día.)
Tanto como dulces manzanas sobresalen en el crudo
Ciruelo; la floreciente primavera en el duro invierno;
En lana de la oveja su cordero; la doncella en su dulzura
La dama ruborosa; el cervatillo la cría en la manada;
El ruiseñor en la canción de todo tipo de plumas-
Tanto anhelaste la presencia que reconforta mi mente.
Hacia ti mi paso apuro, como hacia el haya umbrosa
El viajero, cuando al alcance del cielo
Arda el sol feroz. ¡Puede nuestro amor ser tan fuerte,
Que de aquí en adelante en todos los tiempos sea tema de canto!
‘Dos hombres se han amado el uno al otro a tal grado,
Como cualquier amigo vio en el otro
Alguien más querido que sí mismo. Amaron de viejos
Ambas naturalezas doradas en una edad de oro.

¡Oh padre Zeus! ¡Eternos inmortales todos!
De aquí a doscientos años alguien le podría recordar,
Bajando al irremediable río,
Esto a mi mente y entregarle estas buenas nuevas:
‘Hasta ahora de este a oeste, de norte a sur,
Su mutua amistad vive en cada boca’.
Esto, si les place, lo decidirán los Olímpicos:
De ti, embellecida por tu floreciente virtud,
Mi intensa canción sólo revelará la verdad;
Con pústulas de mentira no avergonzaré mi nariz.
Si tú alguna vez me lloras, dulce el placer
De la reconciliación, alegría en doble medida,
Para descubrir que tú nunca quisiste el dolor,
Y yo mismo sentirme de nuevo libre de toda duda.

Y ustedes Megarenses, que en Nesaea moran,
Expertos remando, destacados marineros,
¡Sean felices siempre! Porque con los debidos honores
A Diocles ateniense, la verdadera amistad
Ustedes celebran. Con el primer rubor de primavera
La juventud rodea su tumba: ahí quien traerá
El más dulce beso, cuyo labio es el más puro encontrado,

Regresa con su madre que va coronada con guirnaldas.
El amable tacto que el árbitro debe tener, ciertamente,
Y, a mi parecer, debe invocar al Ganímedes de ojos
Azules con muchos rogantes al unísono su propia
Verdad al tacto de los labios, como piedra lidia
A prueba de oro, prueba que mostrará al instante
La pureza o la base, como los cambistas de moneda saben.



Versión de Juan Carlos Villavicencio,
a partir de la traducción al inglés de Edward Carpenter
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