29 Φεβρουαρίου 2012

Η ΟΜΟΦΥΛΟΦΙΛΙΑ ΜΕΤΑΞΥ ΤΩΝ ΘΝΗΤΩΝ 2 - ΟΡΦΕΑΣ ΚΑΙ ΚΑΛΑΪΣ (στ')


Zetes y Cálais , hijos del viento Aquilón y de Oritia, hija de Erecteo. Cuentan que éstos tenían alas en la cabeza y los pies, cabellos de color azul celeste, y transitaban por los aires. Por la misma época en que iban a la Cólquida como compañeros de Jasón , apartaron de Fineo, hijo de Agénor, alas tres aves Harpías, hijas de Taumante y de Ozómene: Aélopo, Celeno y Ocípete, que vivían en el mar Egeoen las islas Estrófades, llamadas ahora Plotas. Se dice que tenían cabeza de gallina , plumas, alas y pecho y vientre de mujer. Por su parte, Zetes y Cálais resultaron muertos por las flechas de Hércules y las piedras de sus túmulos se mueven cada vez que sopla su padre. Se dice que eran de Tracia.

Higino: Fábulas mitológicas (Alianza, 2009)
Trad.: Francisco Miguel del Rincón Sánchez



[…] Zetes y Calais navegaron en compañía de Jasón y dieron muerte a las Harpías, pero según dice Acusilao, perecieron a manos de Heracles* cerca de Tenos.

Apolodoro: Biblioteca mitológica (Alianza, 1993)
Trad.: Julia García Moreno

*Según Apolonio, Argon, Heracles los mató por haber persuadido éstos a los Argonautas para que lo abandonaran en Misia cuando él busacaba a Hilas.



[…] Sin duda hubiera vuelto atrás de nuevo a la tierra de los misios, forzando la distancia y el soplo incesante del viento, si no hubieran detenido al Eacida los dos hijos del tracio Bóreas, con duras palabras. ¡Infelices! Sí que tuvieron más tarde un odioso castigo bajo las manos de Heracles, al que impidieron buscar. Pues al regresar de los juegos por la muerte de Pelias, en Tenos, rodeada por el mar, aquél los mató. Y amontonó la tierra en torno de ellos y dejó encima dos estelas, de las que una, prodigio divino a la vista de los hombres, se bambolea bajo el soplo de Bóreasresonante. En fin, esto iba a cumplirse con el tiempo.

Apolonio de Rodas: El viaje de los Argonautas (Alianza, 1987)
Trad.: Carlos García Gual

20 Φεβρουαρίου 2012

Η ΟΜΟΦΥΛΟΦΙΛΙΑ ΜΕΤΑΞΥ ΤΩΝ ΘΝΗΤΩΝ 2 - ΟΡΦΕΑΣ ΚΑΙ ΚΑΛΑΪΣ (ε')

Apenas apuntaba en el cielo la Aurora portadora de luz, cuando, mientras soplaba el Céfiro raudo, (los argonautas) ascendieron desde la orilla a sus bancos de remeros. Izaron del fondo las piedras de anclaje muy animados; recogieron todos los arreos según lo usual, y desplegando la vela la anudaron a las correas del mástil. Un firme viento empujaba la nave. Pronto avizoraron la hermosa isla Antemoesa, donde las sirenas de voz clara, hijas de Aqueloo, asaltan con el hechizo de sus dulces cantos a cualquiera que allí se aproxime. Las dio a luz, de su amoroso encuentro con Aqueloo, la bella Terpsícore,
Una de las musas, y en otros tiempos, cantando en coro, festejaban a la gloriosa hija de Deméter, cuando aún era virgen.
Pero ahora eran en su aspecto semejantes en una mitad a los pájaros y en parte a muchachas, y siempre estaban en acecho desde su atalaya de buen puerto. ¡Cuán a menudo arrebataron a muchos el dulce regreso al hogar, haciéndolos perecer.
A punto estuvieron allí de lanzar las amarras de su nave sobre aquellas riberas, de no ser por el hijo de Eagro, Orfeo el tracio. Tomó él en sus manos su lira bistonia, e hizo sonar la rápida melodía de un canto de marcha ligera, para que los oídos que escuchaban zumbaran bajo el son de sus cuerdas. Y la lira dominó la voz de las doncellas. Aun tiempo el Céfiro y una ola resonante que se precipitó sobre la popa los apartaron, y las sirenas lanzaron lejos su voz ya indiscernible. Pero aun así, hubo uno de los héroes, Butes, que entre sus compañeros se precipitó presuroso desde su pulido banco al mar, enardecido en su ánimo por la clara voz de las sirenas, y nadaba entre las ondas purpúreas, para alcanzar la orilla, ¡el desgraciado! ¡Cuán pronto allí le hubieran arrebatado el regreso! Pero se compadeció de él la soberana del monte Erix, la diosa Cipris, y cuando todavía estaba entre los torbellinos del mar, lo recogió y lo puso a salvo, ofreciéndole su benevolencia para que habitara el monte Lilibeo.devorados! Sin reparos, también para los Argonautas dejaron fluir de sus bocas el canto armonioso.
Los demás, conteniéndose con pena, las habían dejado atrás, pero aún en aquellos estrechos del mar les aguardaban otros peligros mortales para las naves.

Apolonio de Rodas: El viaje de los Argonautas (Alianza, 1987)
Trad.: Carlos García Gual

10 Φεβρουαρίου 2012

Η ΟΜΟΦΥΛΟΦΙΛΙΑ ΜΕΤΑΞΥ ΤΩΝ ΘΝΗΤΩΝ 2 - ΟΡΦΕΑΣ ΚΑΙ ΚΑΛΑΪΣ (δ')

Entonces, Orfeo, levantando la cítara con su mano izquierda, empezaba a cantar.
Cantaba cómo la tierra y el cielo y el mar al principio estaban trabados unos con otros en una única forma, y por una terrible discordia se separaron cada uno por un lado. Y cómo un firme destino mantiene en el éter las estrellas y los cursos del sol y de la luna. Y cómo habían surgido los montes y cómo los ríos, que resuenan con sus ninfas propias, y cómo todos los animales llegaron a ser. Cantaba cómo al principio Ofión y la oceánide Eurínome habitaban la cumbre del nevado Olimpo; y cómo por la violencia y sus presiones el uno cedió su cargo a Cronos, ella a Rea, y se precipitaron en las olas del Océano. Ellos entonces señoreaban a los felices dioses titánicos, mientras Zeus aún niño, y ocupado en pensamientos infantiles, habitaba en el interior de la cueva Dictea, y los cíclopes nacidos de la tierra aún no le habían hecho dueño del rayo, del trueno y del relámpago. Ahora son manifestaciones de la glorias de Zeus.
Después de haberlo cantado, detuvo el son de la lira y su divina voz. Ellos, cuando cesó de pronto, aún reclinaban sus cabezas todos por igual con los oídos atentos, apaciguados por su encanto! ¡Tan gran hechizo había prendido la canción en ellos! No mucho después, tras de hacer las mezclas para las libaciones a Zeus, según el rito, puestos en pie las derramaban sobre las lenguas del fuego, y a través de la niebla buscaban el sueño.

Apolonio de Rodas: El viaje de los Argonautas (Alianza, 1987)
Trad.: Carlos García Gual

Allí junto a la costa (de Bosforo) tenía su morada el Agenórida Fineo, que había sufrido las penas más terribles de todas a causa de su arte adivinatoria, la que le había ofrendando antes el hijo de Leto. Pero no había respetado el sagrado pensamiento del propio Zeus, al vaticinarlo con claridad a los hombres. Por ello precisamente el dios le había echado encima una larga vejez, y le arrebató la dulce luz de los ojos, y no le dejaba gozar de los infinitos alimentos que siempre le traían a su casa los vecinos, que de continuo acudían a escuchar sus profecías. Sino que de improviso lanzábanse desde las nubes las Harpías y con sus garras se los arrebataban de su boca y de sus manos una y otra vez. Unas veces no le dejaban nada de comida, y otras un poco, para que viviera lamentándose. Y echaban encima un olor nauseabundo. Nadie soportaba no ya el llevarle los alimentos a su boca, ni siquiera asistir presente desde lejos. ¡Tan grande era la peste que exhalaban los restos de la comida!
[…]les entró a los héroes una profunda compasión por él, y especialmente a los dos hijos de Bóreas. […]ellos dos se animaron a protegerle. Pronto los criados hubieron preparado la comida al anciano, última presa de las Harpías. Cercase colocaron los dos para alcanzarlas con sus espadas, en cuanto se presentaran. Y apenas el anciano había tocado el alimento, cuando como crueles tempestades o como rayos, de improviso surgidas de las nubes se lanzaron con estrépito ansiosas de su comida. Al verlas en medio, los héroes gritaron, y ellas, entre el vocerío, lo devoraron todo y pronto se hallaban volando, muy lejos sobre el mar, mientras allí habían dejado un hedor insoportable. A su vez en pos de ellas los dos hijos de Bóreas con sus espadas en las manos corrían por igual. Pues Zeus les había infundido un coraje incansable. Decididamente no las seguían sin el apoyo de Zeus, ya que soplaban vientos del oeste siempre, tanto al salir de casa de Fineo como al volver. Como lo perros adiestrados en la caza corren tras el rastro de cornudas cabras y de corzos, y en toda el ansia de la persecución hacen rechinar los dientes en sus mandíbulas en el vacío, rozando la presa, así Zetes y Calais, muy presurosos, las alcanzaban casi con las puntas de sus manos.
Y pronto despedazando a las Harpías sin el permiso de los dioses, al alcanzarlas muy lejos, junto a las islas, si no los hubiera visto la veloz Iris, y hubiera saltado desde lo alto del cielo por el éter y los hubiera detenido diciéndoles esto:
“No es lícito, hijos de Bóreas, que golpeáis con las espadas a las Harpías, las perras del gran Zeus. Yo os prestaré juramento de que no atormentarán ni atacarán más a Fineo”.
Tras decir esto, juró por el agua de la Estigia, que es muy temida y venerada por todos los dioses, que aquellas ya no acercarán de nuevo a la morada de Fineo, ya que así lo disponía el destino.

Apolonio de Rodas: El viaje de los Argonautas (Alianza, 1987)
Trad.: Carlos García Gual

Asamblea de los Argonautas
Jasón, Zetes y Calais
Zetes y Calais rescatan a Fineo de las garras de las Harpías
Bernard Picart: Zetes y Calais rescatan a Fineo de las Harpías
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