25 Δεκεμβρίου 2010

ΚΑΛΑ ΧΡΙΣΤΟΥΓΕΝΝΑ!

Yanis Tsarujis (Grecia)

¡FELIZ NAVIDAD!


23 Δεκεμβρίου 2010

ΕΡΩΤΕΥΜΕΝΟΣ ΜΕ ΤΟΝ ΔΑΦΝΙ

Jean Léon Gerôme (Francia): Dafnis
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Gnatón, que pensaba que su vida no merecía la pena de vivirse si no conseguía a Dafnis, tras acechar a Ástilo, que paseaba por el parque, lo llevó hasta el templo de Dioniso y se puso a besarle pies y manos. A su pregunta de por qué hacía esto y su exigencia de que hablara y su juramento de que le prestara su ayuda:
- Te quedas –le replicó- sin Gnatón, mi amo. Yo que hasta ahora ponía mis amores en tu mesa únicamente, que antes juraba que nada hay más atractivo que un vino añejo, que decía que a los mocitos de Mitilene eran preferibles tus cocineros, creo desde ahora que la única hermosura es la de Dafnis. Y no pruebo bocado de los platos más costosos, aun siendo tantos los que se aderezan cada día, de carnes, de pescados o de dulces, pero, gustosamente mudado en cabra, comería hierbas y hojas al son de la siringa de Dafnis y por él apacentado. ¡Tú, salva a tu Gnatón y triunfa sobre el invencible Amor! Y si no, te lo juro por mi propio dios, cogeré un puñal y, con la barriga repleta de comida, me mataré ante la puerta de Dafnis. Y tú ya no me llamarás a Gnatoncito, como sueles siempre hacer de broma.
El joven, que tenía un gran corazón y no desconocía las penas amorosas, no pudo resistir que siguiese llorando y volviera a besarle los pies. Le prometió pedirle a Dafnis a su padre y llevarlo a la ciudad a su servicio y al de los amores de Gnatón. Y, asimismo, con el deseo de animarlo le preguntó sonriente si no avergonzaba de querer al hijo de Lamón, sino que hasta se empeñaba en acostarse con un muchacho que andaba apacentado. Y al mismo tiempo hacía gestos simulando repugnancia al olor a chotuno. Pero él, que se sabía de memoria todos los mitos amorosos de tanto andar en juergas con otros calaveras, con bastante tono acertó a responder en su propia defensa y en la de Dafnis:
- Ningún enamorado está pendiente, amo, de esos detalles, sino que, sea cual sea el cuerpo en que se encuentra la belleza, es ya su prisionero. Ésa es la razón de que alguno, incluso, se haya prendado de una planta, de un río o de una fiera. Y, sin embargo, ¿a quién no inspiraría lástima un amante al que su amado ha de infundir espanto? Yo amo un cuerpo de siervo, pero una hermosura propia de un ser libre. ¿Ves cómo su pelo se asemeja al Jacinto y bajo las cejas relucen sus ojos igual que, engastada en oro, una piedra preciosa? ¿Y su rostro cubierto de rubor y su boca con una dentadura blanca como el marfil? ¿Qué enamorado no desearía recibir de ella blancos besos? Si me he prendado de un zagal, he tomado por modelos a los dioses: boyero era Anquises y Afrodita fue su amante; Branco apacentaba cabras y lo amó Apolo; pastor era Ganimedes y Zeus lo raptó. No desdeñemos a un muchacho al que vimos que hasta las cabras como enamoradas prestaban obediencia. Al contrario, por permitir que aún quede en la tierra tal belleza, demos gracias a las águilas de Zeus.
A Ástilo le hizo reír gratamente, sobre todo, esta parte del discurso y, comentando que Amor crea grandes sofistas, se puso a buscar una ocasión en que hablarle de Dafnis a su padre.

Longo: Dafnis y Cloe (Gredos, 1982)
Trad.: Máximo Brioso Sánches y Emilio Crespo Güemes

17 Δεκεμβρίου 2010

ΜΙΑ ΤΡΑΓΙΚΗ ΙΣΤΟΡΙΑ ΑΓΑΠΗΣ


- Larga es mi historia y contiene una gran tragedia.
Habrócomes le pidió que se la contara, prometiéndole narrarle también él la suya. Y él, comenzando desde el principio (pues estaban solos) le contó la historia de su vida.
Yo –le dijo- soy de una familia de Perinto (ciudad cercana a Tracia) de las más poderosas de allí. Sin duda has oído hablar de Perinto como famosa y se sus habitantes como felices.
Allí, cuando era joven, me enamoré de un muchacho bello. El muchacho era también de mi país y su nombre era Hiperantes. Me enamoré de él primeramente en el gimnasio, viéndole luchar vigorosamente, y no pude resistirle. Un día en que se celebraba la fiesta de la ciudad y la velada religiosa, me acerqué a Hiperantes y le supliqué que tuviera compasión de mí. Al oírme el muchacho me prometió todo, compadeciéndose de mí.
Y recorrimos las primeras etapas de del amor: besos, caricias y muchas lágrimas por mi parte y finalmente pudimos, escogiendo la ocasión oportuna, estar a solas uno con el otro, lo que no era sospechoso dada nuestra igual edad. Y tuvimos relaciones mucho tiempo, amándonos ambos extremadamente, hasta que un dios tuvo celos de nosotros.
Llegó un hombre de Bizancio (Bizancio está cerca de Perinto, de los más poderosos de allí, muy orgulloso por su riqueza y opulencia. Se llamaba Aristómaco. Éste nada más poner pie en Perinto, como si hubiese sido enviado contra mí por algún dios, vio a Hiperantes conmigo y al punto se sintió cautivado, lleno de admiración por la belleza del muchacho, que era capaz de atraerse a cualquiera.
Enamorado, no contuvo con moderación su amor, sino que primero se dedicó a enviar mensajes al muchacho, y como esto no le dio resultado (pues Hiperantres por amor a mí no dejaba que nadie se le acercase) convenció a su padre, hombre vil y esclavo del dinero. Y él le entregó a Hiperantes, pretextando que era para lo educase, pues decía que era maestro de oratoria. Y en cuanto lo tuvo en sus manos, primero lo tuvo encerrado y después de esto se marchó a Bizancio.
Yo los seguí, dando de lado todos mis asuntos y cuantas veces podía me unía al muchacho. Pero podía pocas y apenas obtuve algún raro beso y alguna conversación llena de dificultades; estaba vigilado por mucha gente. Finalmente, no pudiendo soportarlo más, excitándome a mí mismo volví a Perinto y, tras vender todas mis posesiones y reunir dinero, me fui a Bizancio y tomando un puñal (de acuerdo también en esto con Hiperantes) entré de noche en casa de Aristómaco y lo encontré acostado con el niño y, lleno de cólera, herí a Aristómaco mortalmente.
Como había tranquilidad y todos reposaban salí sin ser visto, llevándome también a Hiperantes, y después de caminar durante toda la noche hacia Perinto nos embarcamos nada más llegar y navegamos hacia Asia. Y hasta un cierto tiempo se desarrolló la travesía felizmente, pero a final, cuando estábamos junto a Lesbos, cayó sobre nosotros un fuerte vendaval y la nave volcó. Yo nadé con Hiperantes, sosteniéndole, y le hacía más ligero el esfuerzo de nadar. Pero al llegar la noche ya no pudo más el muchacho y abatido por la natación se murió.
Y yo no pude hacer más por él que poner a salvo su cuerpo en tierra y darle sepultura. Y después de derramar muchas lágrimas y lamentarme mucho y de coger algunas reliquias de él, pude conseguir una piedra adecuada y elevé una estela en la tumba, y escribí en recuerdo del desdichado muchacho un epigrama que compuse en aquel mismo momento:

Hipótoo te construyó este sepulcro, glorioso Hiperantes, tumba de muerte, no digna de tan buen ciudadano.
Al abismo desde la tierra bajaste, ilustre flor, al que una vez un dios
arrebató en el piélago, impetuosa soplando la tormenta.

De allí, no pensando volver a Perinto, me dirigí a través de Asia hacia la gran Frigia y Panfilia y allí, por la falta de medios de vida y el desánimo de mi desgracia, me entregué al bandidaje.

Jenofonte de Éfeso: Efesíacas (Gredos, 1979)
Tradu. : Julia Mendoza

11 Δεκεμβρίου 2010

Η ΟΥΣΙΑ ΤΗΣ ΑΠΟΛΑΥΣΗΣ

430 a.C., Staatliche Antikensammlung, Munich
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Pues sin duda los muchachos son menos complicados que las mujeres y su belleza más excitante para el placer [...]
Ignoras, Clitofonte –afirmó Menelao- , la esencia del placer. Ya que siempre es deseable lo que no sacia, puesto que aquello de lo que se disfruta demasiado tiempo, con la saciedad agosta su carácter placentero, mientras que lo que se nos sustrae conlleva siempre novedad y está más en sazón al no hacerse viejo su placer. La belleza, en la medida en que al pasar el tiempo disminuye, en la misma medida crece en cuanto al deseo. Precisamente por esto la rosa es la más linda entre las flores: porque su hermosura es tan efímera. Pues, a mi entender, entre los hombres se dan dos bellezas, una celestial y otra vulgar, igual que las diosas que rigen los coros de la belleza mortal y trata de escapar hacia el cielo prontamente, en tanto que la vulgar está caída aquí abajo y ronda todo el tiempo a los cuerpos. Y si se ha de recurrir a un poeta que dé fe de la ascensión de la belleza celestial, escucha lo que dice Homero:
Los dioses lo arrebataron hacia lo alto para ser copero de Zeus en razón de su hermosura, para que morase entre los inmortales.
En cambio, jamás ha escalado los cielos por su belleza mujer alguna (por más que Zeus también haya tenido relaciones con mujeres), sino que a Alcmena le tocan penas y destierro, a Dánae un arca y el mar, y Sémele fue pasto del fuego. Por el contrario, prendado Zeus de un mancebo frigio, le hace donación del cielo, para que viva con él y tenerlo de escanciador del néctar. Y la que antes le prestaba tal servicio se vio privada de ese honor, siendo el motivo, creo, que era una mujer.
[...] En una mujer todo es fingido, lo mismo las palabras que los gestos. Y, si parece hermosa, no hay en ella otra cosa que el ingenio diligente de los ungüentos: su belleza es la de sus perfumes o la del tinte de su pelo o hasta la de sus potingues. Pero, si la desnudas de esas muchas trampas, es como el grajo desplumado de la fábula. En cambio, la belleza de los muchachos no se riega con fragancias de perfumes ni con olores engañosos ni ajenos, y el sudor de los mocitos tiene mejor aroma que todos los ungüentos perfumados de las mujeres. Se puede, incluso en el momento que procede a la unión amorosa y en el propio gimnasio, encontrarse con uno y abrazarlo a la vista de todos, sin que tales abrazos tengan por qué dar vergüenza. Y no ablanda el contacto erótico con la morbidez se sus carnes, sino que los cuerpos se ofrecen mutua resistencia y pugnan por el placer. Sus besos no poseen la ciencia de las hembras ni menos embrujan con las trampas lascivas de sus labios. Un chico besa según sabe, y sus besos no nacen del artificio, sino de su propia naturaleza. A lo que más se parece el beso de mocito es a esto: sólo obtendrías besos semejantes si el néctar se hiciese sólido y tomara la forma de unos labios. No podrías saciarte de besarlo: cuanto más te llenas, aún sigues con sed de sus besos, y no sabrías apartar tu boca hasta que el deleite mismo no te hace escapar de ellos.
Aquiles Tacio: Leucipa y Clitofonte (Gredos, 1982)
Traducción: Máximo Brioso Sánchez y Emilio Crespo Güemes
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430 a.C, Museo de Arte Jack S. Blanton, Universidad de Texas, Austin

5 Δεκεμβρίου 2010

ΚΛΕΙΝΙΑΣ, Ο "ΣΚΛΑΒΟΣ" ΤΟΥ ΕΡΩΤΑ

510, a.C., Museo J. Paul Getty
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Tenía yo un primo, Clinias, un joven huérfano dos años mayor que yo, iniciado en los misterios del amor. Pero estaba enamorado de un muchacho, y hasta tal punto llegaba su pasión por él que, como hubiese comprado un caballo y el mocito lo elogiase al verlo, al punto se lo llevó como regalo. Por mi parte desde luego me burlaba de él continuamente por su dejadez, por dedicar su tiempo a solo sus amoríos y ser esclavo del deleite amoroso. (…)
En el momento mismo en que él hablaba entra Caricles (que era el nombre del muchacho), todo alborotado y exclamando:
-¡Clinias, estoy perdido!
Y Clinias se puso a gemir a la vez que él, como si su alma estuviese pendiente de la de aquél, y con voz temblorosa dijo:
-¡Me matarás si no hablas! ¿Qué es lo que te aflige? ¿Con quién hay que pelear?
Y Caricles contestó:
-Un casamiento, que me prepara mi padre, y un casamiento con una moza fea para que conviva con un doble desastre. Pues cosa dura es ya una mujer, aunque sea guapa. Si tiene la desgracia de ser fea, es doble el infortunio. Pero mi padre se empeña en la boda con los ojos puestos en su riqueza. Soy un desventurado al que cambian por su dinero, y así venderme en matrimonio.
Al oír esto, Clinias se puso lívido. Animó al muchacho a rechazar el matrimonio, mientras estaba pestes de la especie de las mujeres:
-¿Una boda –le decía- es el regalo que ya te hace tu padre? ¿Qué delito has cometido, que hasta te ponen grilletes? ¿No has oído las palabras de Zeus:
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Yo les daré a cambio del fuego una desgracia
con que todos se alegren el alma, adorando su mal.
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Ése es el placer que nos dan las mujeres, y es bien semejante al de la naturaleza de las Sirenas, pues también ellas asesinan con el deleite de su canto. Puedes comprender la gravedad del infortunio incluso por los preparativos mismos de la boda: el zumbido de las flautas, el batir de las puertas, el trasiego de las antorchas. A la vista de tamaño tumulto cabrá decir: infeliz el que vaya a casarse; a una guerra me parece que lo mandan. Aun si fueses lego en el campo de las Musa, no sabrías de los actos de las mujeres. Pero a otros les podrías contar con cuántos temas han llenado las mujeres dos escenarios: el collar de Erifila, la mesa de Filomela, la calumnia de Estenebea, el hurto de Aérope, el crimen de Procne. Agamenón desea la belleza de Criseida: provoca una plaga sobre los griegos; Aquiles desea la belleza de Briseida: se acarrea un pesar sobre sí mismo; tiene Candaules una guapa esposa: la esposa asesina a Candaules. Pues el fuego de las bodas de Helena prendió otro fuego para ruina de Troya. Y el desposorio con Penélope, la virtuosa, ¿a cuántos pretendientes perdió? Mató a Hipólito Fedra, por amor, pero a Agamenón, por no amarlo, Clitemnestra. ¡Mujeres, para todo osadas!: asesinan, si aman, asesinan si no aman. Debía ser asesinado Agamenón, el hermoso de hermosura celestial, ´de ojos y cabeza parejo de Zeus que en el rayo se deleita´. Y fue esa cabeza la que cortó, ¡oh Zeus!, una mujer. Y esto puede decirse de mujeres bellas, en cuyo caso precisamente la desgracia no llega al colmo, pues la belleza supone un cierto consuelo en los infortunios, y tal cosa es una bendición en medio de una suerte aciaga. Pero si ni siquiera es guapa, según dices, la desgracia se duplica. Y ¿cómo se podría sobrellevar, y además siendo tú un muchacho tan apuesto? ¡No, por los dioses, Caricles!, no te dejes aún esclavizar ni arruines la flor de tu mocedad antes de tiempo. Ya que, junto a lo demás, también el matrimonio supone este infortunio: que agosta la lozanía. ¡No!, te lo ruego, Caricles, no te me dejes marchitar. No le permitas a un fachoso campesino segar rosa tan linda.
Y Caricles replicó:
-Eso correrá a cargo de los dioses y de mí. Pues, además, hasta la fecha fijada para la boda queda un plazo de unos días y son muchas las cosas que pueden ocurrir incluso en una sola noche. Tendremos tiempo para pensarlo. Por el momento voy a montar a caballo, ya, que, desde que me regalaste ese precioso corcel, no he disfrutado aún de tu regalo. El ejercicio aliviará las penas de mi alma.

Aquiles Tacio: Leucipa y Clitofonte (Gredos, 1982)
Traducción: Máximo Brioso Sánchez y Emilio Crespo Güemes
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