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Safo fue una poetisa griega nacida en el año 600 a.C. en la isla de Lesbos, probablemente en Mitilene. Platón se refirió a ella como "la décima musa". Se dice que era de familia noble, que tenía tres hermanos y que estuvo casada con un hombre rico que le dio una hija llamada Cleis.
A partir de los fragmentos que se conservan de sus poemas se sabe que Safo rendía culto a la diosa Afrodita enseñando poesía, música y otras artes a un grupo de mujeres jóvenes por las que, según el poeta Anacreonte, sentía atracción sexual. De esa supuesta relación con las chicas de su internado proceden los términos safismo y lesbianismo para referirse a la homosexualidad femenina.
La obra más famosa de Safo es la Oda a Afrodita. Su poesía se caracteriza por su perfección, intimismo y sentimiento. Safo inventó el verso de tres endecasílabos y un adónico final de cinco silábas conocido hoy en día como oda sáfica. Casi toda su poesía está dedicada a muchachas, y alguna a sus hermanos. Tocaba la lira mientras recitaba. La influencia de Safo se extendió entre muchos escritores griegos, especialmente en Teócrito, Ovidio y Catulo. Entre las obras de Safo se encuentran nueve libros de odas, himnos, elegías y canciones nupciales, cuya conservación es muy fragmentaria.
Safo partió de la isla de Lesbos hacia Sicilia por motivos políticos desconocidos. Murió al arrojarse por un acantilado, no se sabe si por el despecho amoroso de un hombre o de una mujer. Después de su muerte se acuñaron monedas con su imagen y los atenienses le erigieron una estatua. En el año 1703, la Iglesia Católica ordenó quemar todas las copias de los poemas de Safo de los que sólo se lograron recuperar un tercio. Sin duda Safo marcó un hito en la historia del lesbianismo.
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CORONADA DE VIOLETAS,SONRISA DE MIEL, DIVINA SAFO
Desde el siglo VI a.C., una poeta nos habla. Es Safo de Lesbos a quien Platón
llamara la Décima Musa. Su voz para llegar a nosotros ha debido atravesar el
tiempo y sus avatares pero hay en ella tal esencialidad y fuerza auténtica que
sigue – y seguirá – iluminando por siglos el camino de la poesía.
La lírica griega representa aquel momento (a fines del siglo VII a C.) que de
los majestuosos cantos de realidades comunes: las composiciones épicas, la
sensibilidad del artista se vuelca hacia sí mismo. Descubre su personalidad
individual y ya no sólo contempla y describe el mundo fuera de él, sin que hace
objeto del canto su propio espíritu y sensibilidad y toma como sola realidad
poética pasiones, sentimientos y pensamientos de su propia vida De esta honda
mirada surgirá una música ejemplar, íntima, humanísima y por eso capaz de
permanecer casi intacta ante el paso del tiempo.
Del conjunto de líricos griegos[1] que se ubican alrededor del siglo VI a.C., la
poesía eólica destaca, precisamente, por la original intimidad de su inspiración
unida a su excelencia formal. El eolio era la lengua de Lesbos isla en la que
muchos autores sitúan el nacimiento de Safo y también del Alceo, y en el decir
de Fánocles “…desde entonces el canto y el amble sonido de la cítara dominan la
isla y es de todas la más canora”[2]
Su existencia se sitúa en el último tercio del siglo VII a. C. y principios del
siglo VI. Platón, dos siglos después la nombra la Décima Musa: ” Dicen algunos
que son nueve las Musas./¡Cuánto se engañan!/ Pues he aquí la décima Musa: Safo
de Lesbos”[3] En el siglo V a.C. fue incluida por los filólogos alejandrinos en
el “canon” junto a Alceo, Estacícoro, Íbico, Simónides y Píndaro”[4].
Safo de Lesbos vivió en la ciudad de Mitilene, donde pasó casi toda su vida de
la que tenemos pocas noticias, especialmente extraídas de los fragmentos de su
obra. Su fama ya desde la antigüedad mezcló pronto la realidad con leyenda,
Cantarella sitúa su nacimiento aproximadamente en el 612 y su pertenencia a una
familia “aristocrática y sin duda respetable, pues su hermano Lárico fue copero
en el pritaneo de Mitilene, oficio reservado a jóvenes de noble condición”[5]
Sin embargo, su fama ya desde la antigüedad mezcló pronto la realidad con la
leyenda: (algunos le atribuyen la misma edad que el poeta Alceo); de familia
noble, conocemos el nombre de su padre Escamandrónimo, su madre Cleis, sus
hermanos Lárico y Caraxo; estuvo casada, al parecer brevemente, con un hombre
rico, y fue desterrada a Sicilia hacia el 600 a C., pero regresó pronto. Por uno
de sus fragmentos sabemos que tuvo una hija: “Tengo una preciosa niña, bella
como las flores de oro/ Mi muy amada Cleis. No la daría yo, ni por toda la
Lidia…” y probablemente llegó a la edad madura porque en algún momento nos dice
con serena amargura: “Si mis pechos pudiesen aun dar de mamar/ y mi matriz fuese
capaz de llevar hijos/ con ágiles pies iría a un nuevo lecho nupcial/ pero no/
la edad está trazando arrugas sobre mis carnes/ y el amor no tiene ya prisa de
volar hacia mí/ con su don de penas”[6]
Safo es la gran poeta del amor, Afrodita es para ella la diosa más importante,
como dadora de gracia y belleza. Le dedica poemas en los que adopta la
estructura de petición, pero el tono no es solemne, sino de amistosa intimidad.
“Inmortal Afrodita, la del trono pintado/ hija de Zeus, tejedora de engaños, te
lo ruego/ no a mí, no me sometas a penas ni angustias el ánimo, diosa”.
También se han hallado poemas compuestos para festividades religiosas o rituales
como el Lamento de Adonis, amante de Afrodita, dios de la vegetación ligado a
cultos antiguos, o los epitalamios o cantos de boda. El idioma, como he
mencionado es el dialecto lesbio el mismo que usa con tal perfección que muchos
de los fragmentos nos han llegado a través de gramáticos como ilustraciones de
ese dialecto. Utilizó metros variados, de los que especialmente uno, la llamada
estrofa sáfica, va ligado a su nombre. Su poesía fue admirada ya en el mundo
antiguo; en la época helenística y romana: poetas latinos como Catulo y Ovidio
la conocen y la imitan. La calidad e intensidad de su poesía amorosa ha
traspasado las fronteras del tiempo.
Pero ¿Cómo ha llegado a nuestro tiempo? Fueron los filólogos alejandrinos
quienes dieron orden y forma y conservaron los textos mientras hubo una
tradición directa, es decir, hasta la época bizantina. Gracias a descubrimientos
del siglo XX Safo tenemos ahora un códice en pergamino del siglo VII. Sin
embargo, sigue siendo invalorable la edición alejandrina en la que:
“los poemas estaban distribuidos en nueve libros ordenados según el esquema
métrico de las composiciones; el primer libro contenía las odas sáficas con
cerca de 1,320 versos, es decir, 330 estrofas; el segundo, los pentámetros
eólicos; y así seguían los demás libros con otros metros, pero el noveno
comprendía epitalamios escritos en metros muy variados…. / Esta tradición
directa que se interrumpe en la época bizantina, quedó completamente perdida
hasta que en los últimos decenios, numerosos papiros y también pergaminos
provenientes de Egipto nos han aportado importantes fragmentos de Alceo y Safo
(hasta ahora 22 y 18 respectivamente, algunos con estimables notas)/…/ Los
fragmentos de Alceo son hoy 448 y los de Safo 213”[7]
Safo a quien Alceo describe “Coronada de violetas, sonrisa de miel, divina
Safo”, estuvo al frente de un thiasos, especie de escuela para muchachas nobles
donde se cultivaba la poesía, la música y el canto. De esta vida Safo extraerá
los motivos para su poesía; al igual que será el lugar donde nacerán intenso
afectos por algunas de sus jóvenes discípulas. Con respecto a este punto fueron
los posteriores comediógrafos áticos quienes crearon la leyenda en torno a su
identidad sexual. Este aspecto contribuyó a crear algunas reticencias para la
conservación y difusión de su obra en etapas posteriores. Sin embargo, lo que
ahora poseemos de ella es la alta poesía de un ser de delicadísima sensibilidad
que enseñó la forma de hacer poesía a partir de sí misma y volcarse en una obra
capaz de ser asumida por hombres y mujeres de todos los tiempos.
Robert Grave en La Diosa Blanca dice “Safo comprendía su responsabilidad. No se
debería creer en las mentiras malévolas de los comediógrafos áticos que la
caricaturizaron como una lesbiana insaciable” y líneas más adelante, hablando de
la calidad de su poesía, precisa “En cierta ocasión pregunté a mi llamado
Preceptor de Moral de Oxford, un erudito y apolíneo clásico, ‘Dígame señor,
¿Cree usted que Safo fue una buena poetisa?’ Recorrió con la mirada la calle,
para ver si alguien escuchaba, y luego me confesó ‘Si, Graves, en eso está el
engorro, ¡Era una poetisa muy, muy buena!” [8]
En la literatura griega clásica la poesía de Safo deslumbra como un “documento
de absoluta sinceridad… fenómeno singular, pues mientras otras mujeres han sido
poetisas, incluso eminentes, solo de Safo se puede decir que es verdaderamente y
sólo poeta” dice en forma exaltada, Cantarella., para luego recordarnos que, en
los aspectos formales de la lírica griega, se trata de versos endecasílabo,
estrofas o estancias cortas: dísticos, trísticos, tetrásticos, más raramente por
períodos, la música que los acompañaba era ejecutada por el propio poeta con la
cítara “cuya característica local era la variedad llamada bárbiton” [9]
Respecto a los temas en la poesía de Safo, se repite que tal vez el gran tema
sea ella misma en relación con otros seres, con la naturaleza, con el placer, la
belleza e incluso el poder. Ella hará de todo lo que es posible sentir o
contemplar, un motivo poético. Sin embargo, entre todos, esplende el tema del
amor. Y de él ya exaltada y feliz o angustiada nos entrega siempre un retrato
imperecedero: “Amor ha sacudido mis sentidos/ como el viento que en el monte/
arremete contra las encinas” dirá en un fragmento. En otro, encontramos la misma
idea de la irrupción del amor, expresada – so cabe- con mayor intensidad: “…Y de
nuevo amor me agita, hasta desarticular mis miembros/ dulce amarga, invencible
fiera…” En otro momento, la soledad es convertida en delicada joya: “Se ocultó
ya la luna y las pléyades/ es medianoche, el tiempo pasa/ y yo yazgo sola”.
Imposible citar todos sus admirables fragmentos, sin embargo, no podemos dejar
de hacerlo con la famosa Oda, consignada por el autor de Lo Sublime (obra
anónima ahora situada en la primera mitad del siglo I d.C. recopilación de
grandes ejemplos del pasado, que ha conservado esta Oda que de otra manera sólo
hubiéramos conocido por la adaptación que de ella hiciera el poeta latino
Catulo).
“Semejante a los dioses me parece
el hombre frente a ti sentado y que muy de cerca y absorto escucha
mientras dulcemente hablas
y encantadora sonríes.
Esto transporta de pasión el corazón en mi pecho.
Apenas te miro y no puedo decir ya palabra
La lengua se me quiebra y sutil fuego
de pronto serpentea bajo la piel.
Con los ojos nada veo y zumban mis oídos
un sudor me invade, un temblor
toda me agita, más verde que la hierba pálida estoy.
Y apenas distante de la muerte
Me siento, infeliz” [10]
La naturaleza es contemplada con ojos de mujer artista. Safo penetra en ella de
manera minuciosa y delicada y nos la devuelve en imágenes que continúan
deslumbrando: “Estrella de la tarde tú reúnes todo/ lo que dispersó la fúlgida
aurora, / traes la oveja/ traes la cabra/ traes junto a su madre al niño”. En
otro fragmento leemos: “Las estrellas en torno a la bella luna/ también
oscurecen su rutilante aura/ al tiempo que ella con plenitud alumbra/ sobre toda
la tierra… plateada”.
La poesía es también una manera de afrontar la vida “No es lícito que haya canto
de duelo en la casa/ de quienes sirven a la musas…No nos atañe eso.” Y para Safo
la poesía es garantía de permanencia, es triunfo sobre el olvido, como lo
expresa altiva: “Muerta yacerás y de ti no habrá nunca/ memoria ni nostalgia en
el futuro/ porque no participas de las rosas de Pieria; / desconocida incluso en
la morada de Hades/ vagarás errante entre oscuros muertos”.
Sumamente interesante es la ruptura que establece con las valoraciones de una
época heroica que exaltaba el valor de la guerra. Safo trae un mensaje
heterodoxo al trasladar el mundo heroico al de los perfumes, las flores, los
himnos, la belleza física femenina y el mundo de los afectos: “Dicen unos que un
ecuestre tropel, infantería/ otros, y ésos, que una flota de barcos/ resulta lo
más bello en la oscura tierra/ pero yo digo que es lo que uno ama./ Y es muy
fácil hacerlo comprensible./ Pues aquella que mucho en belleza aventajaba/ a
todos los humanos, Helena, a su esposo, un príncipe ilustre/ abandonó y marchóse
navegando hacia Troya, / sin acordarse ni de su hija ni de sus padres/ sino que
la sedujo Ciprés. /…/ También a mí ahora a mi Anactoria ausente me has
recordado… / Cómo preferiría yo el amable paso de ella/ y el claro resplandor de
su rostro ver ahora/ a los carros de guerra de los lidios en armas/ marchando al
combate”.
Como señala Aurora Luque “Safo trasgrede las expectativas en la Grecia Arcaica y
Clásica al explorar un mundo asumido como espacio íntimo, sensible y pasional:
el mundo femenino, el espacio lírico./…/ Los epitalamios y los poemas personales
enumeran muchos de los objetos, olores o flores que se constituyen en símbolos
de la poesía sáfica. Manuel Galiano los ha sintetizado así:
“rosas y lirios, melilotos y perifollos, hierba fresca de los prados, manzanos
para el dulce reposo de las siestas, guirnaldas de opio (…) vestidos, muchos
vestidos teñidos de mil colores (…) tuniquillas, mantos, bellos tocados de
cabeza, diademas importadas (…) calzados lidios(…) en la intimidad de los
dormitorios , ungüentos y cremas, cajas llenas de perfumes, jabones de
tocador…¡Eterno todo ello, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días y
mientras haya una mujer en el mundo!”[11]
Decíamos al inicio que probablemente llegó a la edad madura, desde ahí nos dice:
“Cual la manzana que se cubre de rojo en la alta rama/ en la rama más alta, y
los recolectores la olvidan/ ¡Pero no, no la olvidan es que a ella no pueden
llegar!”
Asombra a cada paso la serena conciencia del valor de su creación artística.
Ella conoce y se deleita con lujos y goces pero también supo del destierro y las
ausencias. Safo se eleva por encima de las circunstancia, su poesía es poesía de
afirmación. Su genio femenino, libre y seguro, no se dejó encerrar por los
barrotes de su tiempo y el fruto es una poesía rigurosa que ya apasionada, ya
leve, permanece ejemplar.
Fuentes Bibliográficas
Cantarella, Rafaelle. (1971) La literatura griega clásica. Buenos Aires, Losada
Carrillo, Sonia Luz. (1983) “La divina Safo” En: El caballo rojo. Suplemento
dominical de El Diario de Marka, Lima, 11/12/83 Nº 187
García Gual, Carlos. (1980) Antología de la poesía lírica griega. Madrid,
Alianza editorial
Graves, Robert. (1961) La Diosa Blanca. Historia comparada del mito poético.
Buenos Aires, Losada
Luque, Aurora. (2004) Safo, poemas y testimonios. Barcelona, Acantilado.
Robert, Fernand. (1946) La literatura griega. México, editorial Diana.
[1] En el territorio de la Hélade la expresión “lírico” tiene un sentido muy
concreto: poesía cantada al son de la lira. Los alejandrinos reúnen a los poetas
de lírica monódica y coral realizando creaciones en las que se supone como
acompañamiento un instrumento de cuerdas que podía ser la lira (lura),la cítara
(kiqariV), o una especie de laud (formigx), ya solo, ya con flauta (auloV).
[2] Rafaelle Cantarella La Literatura Griega Clásica. Buenos Aires, Losada, 1971
p. 33
[3] García Gual, Obra citada p. 139
[4] Cantarella, Op. Cit. P. 102
[5] Cantarella, Obra citada, p. 152
[6] Carlos García Gual, Antología de la poesía lírica griega. Madrid, Alianza
Editorial, 1980 pp. 66-74
[7] Ibídem, pp. 145-146
[8] Robert Graves. La Diosa Blanca. Historia comparada del mito poético. Buenos
Aires, Losada, 1961, p. 580
[9] Cantarella, Obra cit. P. 145
[10] Versiones confrontadas de Cantarella y García Gual
[11] Aurora Luque (Edición y traducción) en: Safo Poemas y testimonios.
Barcelona, Acantilado, 2004 cita a Manuel Galiano El descubrimiento del amor en
Grecia, Madrid, 1959, p.36.
(http://hablasonialuz.wordpress.com/2006/09/06/coronada-de-violetassonrisa-de-miel-divina-safo/)
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