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Navegando hacia Bizancio
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III
No son las imágenes ni el mármol. Ni una nave siquiera quien consigue hacer del deseo la forma que quiere el labio y el tacto ambiciona. No es la nave, cargada de atributos, ni la danza sobre el verde mosaico que el vino abrasa como un cuerpo que se ama. Pero todo es Bizancio. Cada palabra que se escurre y combate, cada sonido pleno como el sol y sus ubres, cada retumbe que se siente, todos los amores que ambicionas, el fuego que te arde, ese sin nombre hermoso que te exige maldad, el árbol, la planta, el cuerpo que desconozco, su perfume de axilas y de ajenjos, su cabello perfecto, su pecho como el ámbar que redime y golpea... Allí está Bizancio, las fraguas doradas del Emperador, el oro y el bronce junto al mar espumeante que resuena. Ese mar que rasgan los delfines y que un gong atormenta...
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Luis Antonio de Villena / España
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