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Canto XIX
1- Eos, de azafranado velo, se levantaba de la corriente del Océano para llevar la luz a los dioses y a los hombres, cuando Tetis llegó a las naves con la armadura que Hefesto le entregara. Halló al hijo querido reclinado sobre el cadáver de Patroclo, llorando ruidosamente, y en torno suyo a muchos amigos que derramaban lágrimas.
[...]
Los caudillos aqueos se reunieron en torno de Aquileo y le suplicaron que comiera; pero él se negó, dando suspiros:
305 —Yo os ruego, si es que alguno de mis compañeros quiere obedecerme aún, que no me invitéis a saciar el deseo de comer o de beber; porque un grave dolor se apodera de mi. Aguardaré hasta la puesta del sol y soportaré la fatiga.
309 Cuando esto hubo dicho, despidió a los reyes, y solo se quedaron los dos Atridas, el divino Odiseo, Néstor, Idomeneo y el anciano Fénix para distraer a Aquileo, que estaba profundamente afligido. Pero nada podía alegrar el corazón del héroe, mientras no entrara en sangriento combate. Y acordándose de Patroclo, daba hondos y frecuentes suspiros y así decía:
315 —En otro tiempo, tú, infeliz, el más amado de los compañeros, me servías en esta tienda, diligente y solícito, el agradable desayuno cuando los aqueos se daban prisa por trabar el luctuoso combate con los teucros, domadores de caballos. Y ahora yaces, atravesado por el bronce, y yo estoy ayuno de comida y de bebida, a pesar de no faltarme, por la soledad que de ti siento. Nada peor me puede ocurrir: ni que supiera que ha muerto mi padre, el cual quizás llora allá en Ptía por no tener a su lado un hijo como yo, mientras peleo con los teucros en país extranjero a causa de la odiosa Helena; ni que falleciera mi hijo amado, que se cría en Esciros, si el deiforme Neoptólemo vive todavía. Antes, el corazón abrigaba en mi pecho la esperanza de que sólo yo perecería en Troya, y de que tú, volviendo a Ptía, irías en una veloz nave negra a Esciros, recogerías a mi hijo y le mostrarías todos mis bienes: las posesiones, los esclavos y el palacio de elevado techo. Porque me figuro que Peleo ya no existe, y si le queda un poco de vida, estará afligido, se verá abrumado por la odiosa vejez y temerá siempre recibir la triste noticia de mi muerte.
Canto XIX
1- Eos, de azafranado velo, se levantaba de la corriente del Océano para llevar la luz a los dioses y a los hombres, cuando Tetis llegó a las naves con la armadura que Hefesto le entregara. Halló al hijo querido reclinado sobre el cadáver de Patroclo, llorando ruidosamente, y en torno suyo a muchos amigos que derramaban lágrimas.
[...]
Los caudillos aqueos se reunieron en torno de Aquileo y le suplicaron que comiera; pero él se negó, dando suspiros:
305 —Yo os ruego, si es que alguno de mis compañeros quiere obedecerme aún, que no me invitéis a saciar el deseo de comer o de beber; porque un grave dolor se apodera de mi. Aguardaré hasta la puesta del sol y soportaré la fatiga.
309 Cuando esto hubo dicho, despidió a los reyes, y solo se quedaron los dos Atridas, el divino Odiseo, Néstor, Idomeneo y el anciano Fénix para distraer a Aquileo, que estaba profundamente afligido. Pero nada podía alegrar el corazón del héroe, mientras no entrara en sangriento combate. Y acordándose de Patroclo, daba hondos y frecuentes suspiros y así decía:
315 —En otro tiempo, tú, infeliz, el más amado de los compañeros, me servías en esta tienda, diligente y solícito, el agradable desayuno cuando los aqueos se daban prisa por trabar el luctuoso combate con los teucros, domadores de caballos. Y ahora yaces, atravesado por el bronce, y yo estoy ayuno de comida y de bebida, a pesar de no faltarme, por la soledad que de ti siento. Nada peor me puede ocurrir: ni que supiera que ha muerto mi padre, el cual quizás llora allá en Ptía por no tener a su lado un hijo como yo, mientras peleo con los teucros en país extranjero a causa de la odiosa Helena; ni que falleciera mi hijo amado, que se cría en Esciros, si el deiforme Neoptólemo vive todavía. Antes, el corazón abrigaba en mi pecho la esperanza de que sólo yo perecería en Troya, y de que tú, volviendo a Ptía, irías en una veloz nave negra a Esciros, recogerías a mi hijo y le mostrarías todos mis bienes: las posesiones, los esclavos y el palacio de elevado techo. Porque me figuro que Peleo ya no existe, y si le queda un poco de vida, estará afligido, se verá abrumado por la odiosa vejez y temerá siempre recibir la triste noticia de mi muerte.
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Homero: La Ilíada
Traducción: Luis Segalá y Estalella (1910)
Homero: La Ilíada
Traducción: Luis Segalá y Estalella (1910)
1 σχόλιο:
El orador ateniense Esquines, en su Contra Timarco,8 declara lo siguiente:
Aunque Homero alude numerosas veces a Patroclo y a Aquiles, pasa silenciosamente sobre su deseo (ἔρως) y evita señalar su amor (φιλία), al considerar que la intensidad de su afecto (εὔνοια) estaba clara para los lectores cultivados. Aquiles declara en algún lugar (...) que, involuntariamente, ha infringido la promesa hecha a Menecio, padre de Patroclo, pues le había asegurado que lo traería de vuelta a Opus sano y salvo si Menecio se lo confiaba y lo enviaba a Troya con él.
En efecto, para muchos griegos, la desmesurada emoción que muestra Aquiles tras la muerte de Patroclo, así como su exaltación en la venganza, no dejan ninguna duda sobre la naturaleza de sus relaciones. Las reservas de Homero se interpretaron como un signo de discreción. Esquilo desarrolla este tema en su tragedia perdida Los Mirmidones, en la que representa sin rodeos a Aquiles llorando sobre el cuerpo de su amigo mientras alaba la belleza de sus caderas y añora sus besos. Tanto en Esquilo como en Esquines, Aquiles es el éraste y Patroclo el erómeno. Fedro por su parte afirma que Homero enfatizó la belleza de Aquiles, lo que lo definiría a él, y no a Patroclo, como erómeno.
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