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Los antiguos griegos fueron, puesto que se revelaron, los naturales apolíneos; en ellos encarnaron los tres ideales apolíneos en simplicidad y perfección. Nunca, como entre ellos, existió el amor al deber humano, sin otra preocupación que no fuera la humana. Nunca, como entre ellos, existió el amor a la gloria y al heroísmo, pero, al heroísmo por gloria, y no al heroísmo por martirio. Nunca, como entre ellos, existió el amor a la belleza, sin moral ni uso, sólo por ser belleza.
Un socrático, un heroico o un esteta, tenía, nacido que fuese en la Grecia antigua, el ambiente propicio a la realización de su ideal; tanto, es claro, cuanto un ideal se puede realizar. El ideal íntimo se ajustaba al ideal social. Y así el hombre era un individuo verdadero, y no, como la mayoría de nosotros hoy, un individuo amateur. De ahí la extraordinaria perfección cívica y moral de la vida griega, que sólo consideraremos inmoral, en ciertos aspectos, si la evaluáramos por criterios morales diferentes, esto es, si no la supiéramos evaluar. De ahí la extraordinaria plenitud heroica y gloriosa de Grecia, en la guerra como en los juegos, en el arte como en la vida. De ahí la extraordinaria atención de los griegos a la belleza, que exigían, y por eso ponían, no, como nosotros, aquí y allí y de vez en cuando, y como superfluidad y sobremesa, sino en todo y siempre, y como necesidad o alimento.
Así, un esteta, propiamente dicho, nacido en la Grecia antigua, abría los ojos y veía en todo la belleza que deseaba. Permanecía quien era, se quedaba, contemplaba y así vivía. Supongamos, sin embargo, un temperamento de esteta, nacido, no sabemos porque misterios de la herencia o de la reencarnación, en un tiempo como el nuestro. Pasaron sobre los tiempos de la Hélade dos mil años de civilizaciones diferentes: el ideal apolíneo dejó de existir, excepto en los artistas, en quienes es nato; siglos y siglos de barbarie, de cristianismo y de universalidad frustrada turbaron la claridad de la vista, soterraron el mundo externo, escondieron la belleza, como la Palabra del Maestro, bajo el noveno arco de la ilusión. Frente a un mundo externo así confuso y oscuro, el esteta, amante de la luz que es de Apolo, tendrá un sentimiento: el de revuelta. Reaccionará, y la reacción es una acción. Pasará de contemplativo a activo, de esteta a artista. Gritará lo que habría callado, cantará lo que preferiría oír.
Los antiguos griegos fueron, puesto que se revelaron, los naturales apolíneos; en ellos encarnaron los tres ideales apolíneos en simplicidad y perfección. Nunca, como entre ellos, existió el amor al deber humano, sin otra preocupación que no fuera la humana. Nunca, como entre ellos, existió el amor a la gloria y al heroísmo, pero, al heroísmo por gloria, y no al heroísmo por martirio. Nunca, como entre ellos, existió el amor a la belleza, sin moral ni uso, sólo por ser belleza.
Un socrático, un heroico o un esteta, tenía, nacido que fuese en la Grecia antigua, el ambiente propicio a la realización de su ideal; tanto, es claro, cuanto un ideal se puede realizar. El ideal íntimo se ajustaba al ideal social. Y así el hombre era un individuo verdadero, y no, como la mayoría de nosotros hoy, un individuo amateur. De ahí la extraordinaria perfección cívica y moral de la vida griega, que sólo consideraremos inmoral, en ciertos aspectos, si la evaluáramos por criterios morales diferentes, esto es, si no la supiéramos evaluar. De ahí la extraordinaria plenitud heroica y gloriosa de Grecia, en la guerra como en los juegos, en el arte como en la vida. De ahí la extraordinaria atención de los griegos a la belleza, que exigían, y por eso ponían, no, como nosotros, aquí y allí y de vez en cuando, y como superfluidad y sobremesa, sino en todo y siempre, y como necesidad o alimento.
Así, un esteta, propiamente dicho, nacido en la Grecia antigua, abría los ojos y veía en todo la belleza que deseaba. Permanecía quien era, se quedaba, contemplaba y así vivía. Supongamos, sin embargo, un temperamento de esteta, nacido, no sabemos porque misterios de la herencia o de la reencarnación, en un tiempo como el nuestro. Pasaron sobre los tiempos de la Hélade dos mil años de civilizaciones diferentes: el ideal apolíneo dejó de existir, excepto en los artistas, en quienes es nato; siglos y siglos de barbarie, de cristianismo y de universalidad frustrada turbaron la claridad de la vista, soterraron el mundo externo, escondieron la belleza, como la Palabra del Maestro, bajo el noveno arco de la ilusión. Frente a un mundo externo así confuso y oscuro, el esteta, amante de la luz que es de Apolo, tendrá un sentimiento: el de revuelta. Reaccionará, y la reacción es una acción. Pasará de contemplativo a activo, de esteta a artista. Gritará lo que habría callado, cantará lo que preferiría oír.
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Fernando Pessoa / Portugal
Fernando Pessoa / Portugal
1 σχόλιο:
Pessoa de nuevo. la verdad es que este post me ha servido para una pequeña polémica que tengo en mi blog sobre la "normalidad" de la homosexualidad en la grecia y roma clásica. seguramente con lugares comunes y topicazos que te invito a que participes y me corrijas.
un abrazo.
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