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Hace unos días me encontré en la calle a un antiguo compañero de escuela, calvo ya y un tanto envejecido, que se me quejó terriblemente porque, al parecer, lo veo en la calle y no lo saludo. Lo escuché un buen rato en silencio y después me apresuré a reconocer mi culpabilidad para quitármelo de encima. Cuando nos separamos, sin proponérmelo, empecé a remover el pasado. Me hirvió la sangre, ese monstruo, que ahora había tenido la osadía incluso de quejárseme, era uno de mis mayores perseguidores y torturadores cuando estábamos juntos en el colegio. Principalmente él era quien divulgaba mis incontables motes, imitando además, del modo más gracioso posible, incluso mi manera de hablar. La verdad es que no me sacó nuevos motes porque no se le alcanzaba, pero mostraba espacial ahínco en la difusión de los ya conocidos. Ese orangután era también quien llevaba los motes del colegio a mi vecindario y viceversa, y él también el que con su pandilla me los gritaba incluso en medio de la calle, cuando salía se paseo con mis padres. Cree el imbécil que ya no me acuerdo o que tengo la misma simpleza de espíritu que él. ¿Pero es que un hombre en su sano juicio puede alguna vez olvidar o perdonar los tormentos que en una ocasión le infligieron? ¿Cómo, pues, olvidar yo también lo que tuve que soportar ya desde el primer curso del colegio?
(…)
Terminé por no jugar con nadie. Jugaba solo en el patio a diferentes juegos propios.
(…)
Por las noches, casi siempre cuando estábamos comiendo, los niños pasaban en pandillas bajo mi casa y aullaban en la oscuridad mis diferentes motes. Hasta coplas me habían sacado. Únicamente yo las oía, mi familia ni se enteraba. Sentía entonces una opresión en el estómago y, dejando la comida a la mitad, corría a dormir o, más bien, a esconderme bajo las sábanas.
(…)
Ahora ya ni los más deslenguados y mordaces de mis amigos y compañeros se atreven a ponerme un mote. Cosa que casi me preocupa. Parece que con el paso del tiempo, mi voz, mi tipo, mi pensamiento, mi manera de andar, han comenzado, por fin, a sentarme bien, puede que hasta se hayan rectificado, mientras al principio eran rasgos tal vez prematuros y discordantes en mí. Mientras que con la mayoría de ellos sucede lo contrario. Seguramente, algo habrá tenido que ver también el hecho de que yo mismo me haya convertido en un as en lo de poner motes y unos cuantos que envié una vez por certificado a algunos osados y necios, les escaldaron tanto que no volvieron a decir ni pío. Es una pena no haber descubierto este método mucho antes.
Pero, sea como fuere, ahora comprendo cuánto sufrí por nada, en aquel tiempo, y cuánta influencia ejercieron en toda mi vida aquellos motes.
Yorgos Ioannu: El Sarcófago (Secretariado de publicaciónes e intercambio científico Universidad de Valladolid – Ministerio de Cultura de la República de Grecia, 1998)
Trad.: Amor López Jimeno, Elisa Ibánez Orcajo, Román Bermejo López-Muñiz
Hace unos días me encontré en la calle a un antiguo compañero de escuela, calvo ya y un tanto envejecido, que se me quejó terriblemente porque, al parecer, lo veo en la calle y no lo saludo. Lo escuché un buen rato en silencio y después me apresuré a reconocer mi culpabilidad para quitármelo de encima. Cuando nos separamos, sin proponérmelo, empecé a remover el pasado. Me hirvió la sangre, ese monstruo, que ahora había tenido la osadía incluso de quejárseme, era uno de mis mayores perseguidores y torturadores cuando estábamos juntos en el colegio. Principalmente él era quien divulgaba mis incontables motes, imitando además, del modo más gracioso posible, incluso mi manera de hablar. La verdad es que no me sacó nuevos motes porque no se le alcanzaba, pero mostraba espacial ahínco en la difusión de los ya conocidos. Ese orangután era también quien llevaba los motes del colegio a mi vecindario y viceversa, y él también el que con su pandilla me los gritaba incluso en medio de la calle, cuando salía se paseo con mis padres. Cree el imbécil que ya no me acuerdo o que tengo la misma simpleza de espíritu que él. ¿Pero es que un hombre en su sano juicio puede alguna vez olvidar o perdonar los tormentos que en una ocasión le infligieron? ¿Cómo, pues, olvidar yo también lo que tuve que soportar ya desde el primer curso del colegio?
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Terminé por no jugar con nadie. Jugaba solo en el patio a diferentes juegos propios.
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Por las noches, casi siempre cuando estábamos comiendo, los niños pasaban en pandillas bajo mi casa y aullaban en la oscuridad mis diferentes motes. Hasta coplas me habían sacado. Únicamente yo las oía, mi familia ni se enteraba. Sentía entonces una opresión en el estómago y, dejando la comida a la mitad, corría a dormir o, más bien, a esconderme bajo las sábanas.
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Ahora ya ni los más deslenguados y mordaces de mis amigos y compañeros se atreven a ponerme un mote. Cosa que casi me preocupa. Parece que con el paso del tiempo, mi voz, mi tipo, mi pensamiento, mi manera de andar, han comenzado, por fin, a sentarme bien, puede que hasta se hayan rectificado, mientras al principio eran rasgos tal vez prematuros y discordantes en mí. Mientras que con la mayoría de ellos sucede lo contrario. Seguramente, algo habrá tenido que ver también el hecho de que yo mismo me haya convertido en un as en lo de poner motes y unos cuantos que envié una vez por certificado a algunos osados y necios, les escaldaron tanto que no volvieron a decir ni pío. Es una pena no haber descubierto este método mucho antes.
Pero, sea como fuere, ahora comprendo cuánto sufrí por nada, en aquel tiempo, y cuánta influencia ejercieron en toda mi vida aquellos motes.
Yorgos Ioannu: El Sarcófago (Secretariado de publicaciónes e intercambio científico Universidad de Valladolid – Ministerio de Cultura de la República de Grecia, 1998)
Trad.: Amor López Jimeno, Elisa Ibánez Orcajo, Román Bermejo López-Muñiz
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Yiorgos Ioanu (1927 - 1985). Su nombre real era Yorgos Sorolopi, hijo de unos padres refugiados de Tracia, nació y creció en Tesalónica, ciudad en la que siendo joven fue amigo del poeta y escritor más declaradamente gay de esa generación, Dinos Christianopoulos. En su adolescencia fue miembro del movimiento de Jóvenes Cristianos, que abandonó a la edad de 21 años. Estudió Historia y Arqueología en la Facultad de Artes de la Universidad de Tesalónica, alcanzando su graduación en 1950.
Posteriormente su carrera se caracterizó por notorios vaivenes durante varios años. Después de cumplir su servicio militar, enseñó en una escuela privada durante algunos meses, siendo nombrado en 1954 como lector en el Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Tesalónica. En ese mismo año publicó su primera colección de poemas.
En 1955 cambio formalmente de apellido adoptando el artístico de Ioanou.
En ese mismo año renunció a su puesto en la Universidad y se incorporó al profesorado de un elegante internado en Atenas, al que también renunció al cabo de pocos meses. Durante muchos años el escritor estuvo trabajando como docente en numerosas escuelas rurales del centro de Grecia y del norte del país.
En 1964 apareció su primera colección importante de prosa. Aunque prosiguió su labor docente, instalándose en Atenas finalmente en 1971, año de publicación de El Sarcófago, desde esa época se centró fundamentalmente en su tarea de escritor, produciendo historias cortas, artículos, crítica literaria, traducciones y una gran variedad trabajos en prosa breve.
Aunque la homosexualidad de Ioanou es muy importante en toda su obra, en gran parte de su trabajo literario no aparece ni es motivo de discusión. (islaternura.com)
Posteriormente su carrera se caracterizó por notorios vaivenes durante varios años. Después de cumplir su servicio militar, enseñó en una escuela privada durante algunos meses, siendo nombrado en 1954 como lector en el Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Tesalónica. En ese mismo año publicó su primera colección de poemas.
En 1955 cambio formalmente de apellido adoptando el artístico de Ioanou.
En ese mismo año renunció a su puesto en la Universidad y se incorporó al profesorado de un elegante internado en Atenas, al que también renunció al cabo de pocos meses. Durante muchos años el escritor estuvo trabajando como docente en numerosas escuelas rurales del centro de Grecia y del norte del país.
En 1964 apareció su primera colección importante de prosa. Aunque prosiguió su labor docente, instalándose en Atenas finalmente en 1971, año de publicación de El Sarcófago, desde esa época se centró fundamentalmente en su tarea de escritor, produciendo historias cortas, artículos, crítica literaria, traducciones y una gran variedad trabajos en prosa breve.
Aunque la homosexualidad de Ioanou es muy importante en toda su obra, en gran parte de su trabajo literario no aparece ni es motivo de discusión. (islaternura.com)
3 σχόλια:
pero por lo visto el pobre esta hecho mierda viste la vida es circular todo se deuvelve. xoxo
Hay que saber perdonar a los antiguos compañeros de escuela... yo me niego a que la vida sea circular. Ese chico borde del colegio seguramente estaba interesado en él, si no a qué tanta atención, o intentaba ocultar sus propios complejos...
No es que le esté defendiendo, pero el rencor es mal consejero.. porque, efectivamente, lo único que así se consigue es copiar los defectos ajenos.
Es un texto muy sugerente.
Sin embargo, el bulling homófobo en la escuela sigue siendo un problema muy serio para los niños homosexuales.
Especialmente porque es una especie de violencia física o psicológica que tienen que soportar en silencio y en la mayoría de las veces sin la comprensión o la ayuda de sus profesores y de sus familias.
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