430 a.C., Staatliche Antikensammlung, Munich
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Aquiles Tacio: Leucipa y Clitofonte (Gredos, 1982)Pues sin duda los muchachos son menos complicados que las mujeres y su belleza más excitante para el placer [...]Ignoras, Clitofonte –afirmó Menelao- , la esencia del placer. Ya que siempre es deseable lo que no sacia, puesto que aquello de lo que se disfruta demasiado tiempo, con la saciedad agosta su carácter placentero, mientras que lo que se nos sustrae conlleva siempre novedad y está más en sazón al no hacerse viejo su placer. La belleza, en la medida en que al pasar el tiempo disminuye, en la misma medida crece en cuanto al deseo. Precisamente por esto la rosa es la más linda entre las flores: porque su hermosura es tan efímera. Pues, a mi entender, entre los hombres se dan dos bellezas, una celestial y otra vulgar, igual que las diosas que rigen los coros de la belleza mortal y trata de escapar hacia el cielo prontamente, en tanto que la vulgar está caída aquí abajo y ronda todo el tiempo a los cuerpos. Y si se ha de recurrir a un poeta que dé fe de la ascensión de la belleza celestial, escucha lo que dice Homero:
Los dioses lo arrebataron hacia lo alto para ser copero de Zeus en razón de su hermosura, para que morase entre los inmortales.
En cambio, jamás ha escalado los cielos por su belleza mujer alguna (por más que Zeus también haya tenido relaciones con mujeres), sino que a Alcmena le tocan penas y destierro, a Dánae un arca y el mar, y Sémele fue pasto del fuego. Por el contrario, prendado Zeus de un mancebo frigio, le hace donación del cielo, para que viva con él y tenerlo de escanciador del néctar. Y la que antes le prestaba tal servicio se vio privada de ese honor, siendo el motivo, creo, que era una mujer.
[...] En una mujer todo es fingido, lo mismo las palabras que los gestos. Y, si parece hermosa, no hay en ella otra cosa que el ingenio diligente de los ungüentos: su belleza es la de sus perfumes o la del tinte de su pelo o hasta la de sus potingues. Pero, si la desnudas de esas muchas trampas, es como el grajo desplumado de la fábula. En cambio, la belleza de los muchachos no se riega con fragancias de perfumes ni con olores engañosos ni ajenos, y el sudor de los mocitos tiene mejor aroma que todos los ungüentos perfumados de las mujeres. Se puede, incluso en el momento que procede a la unión amorosa y en el propio gimnasio, encontrarse con uno y abrazarlo a la vista de todos, sin que tales abrazos tengan por qué dar vergüenza. Y no ablanda el contacto erótico con la morbidez se sus carnes, sino que los cuerpos se ofrecen mutua resistencia y pugnan por el placer. Sus besos no poseen la ciencia de las hembras ni menos embrujan con las trampas lascivas de sus labios. Un chico besa según sabe, y sus besos no nacen del artificio, sino de su propia naturaleza. A lo que más se parece el beso de mocito es a esto: sólo obtendrías besos semejantes si el néctar se hiciese sólido y tomara la forma de unos labios. No podrías saciarte de besarlo: cuanto más te llenas, aún sigues con sed de sus besos, y no sabrías apartar tu boca hasta que el deleite mismo no te hace escapar de ellos.
Traducción: Máximo Brioso Sánchez y Emilio Crespo Güemes
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430 a.C, Museo de Arte Jack S. Blanton, Universidad de Texas, Austin
1 σχόλιο:
Aquiles Tacio (en gr., Αχιλλευς Τατιος), natural de Alejandría, escritor de la época bizantina, de mitad del siglo II/III. Es conocido por haber legado una novela erótica llamada Leucipa y Clitofonte o las Aventuras de Leucipa y Clitofonte, claramente compuesta bajo la influencia retórica de la Segunda sofística, hacia finales del siglo II.
Se ha dicho que Aquiles Tacio es dentro de la novela lo que Eurípides dentro del género trágico: un autor que conoce y usa las convenciones del género, pero lo hace ya con una ironía y un realismo notables. Frente a la simplicididad de las novelas anteriores, Aquiles Tacio complica el esquema- dentro de la armazón folletinesca de la novela griega-, aburguesa a los protagonistas, y añade un buen montón de digresiones internas (descripciones de animales, estatuas, cuadros, relatos míticos, anécdotas, etc.) con un virtuosismo un tanto barroco. Esas ekphráseis e historietas intercaladas eran, seguramente, muy del gusto de la época, aunque choquen con nuestras convenciones novelescas.
Aquiles Tacio resulta un tanto lascivo en contraste con el religioso tono y lo sublime de Heliodoro, como ya notaron los bizantinos, que apreciaban muchos estas dos novelas. Su texto fue conocido pronto; en el siglo XVI fue imitado, y se tradujo al castellano por vez primera en 1617, por Diego de Ágreda y Vargas.
(es.wikipedia.com)
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