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La Homosexualidad masculina en la Antigua Grecia 2a
La Homosexualidad masculina en la Antigua Grecia 2a
Es importante, para empezar, definir nuestro vocabulario. El término "homosexualidad", tal y como hoy en día se utiliza e interpreta, no es aplicable a la Grecia clásica por dos motivos. En primer lugar, muchos griegos eran bisexuales. En segundo lugar, la pasión y el amor erótico entre dos hombres adultos, un modelo que ha ganado en tolerancia social en los países más civilizados en las últimas décadas, era inhabitual y considerado ridículo. El amor entre hombres en la Grecia clásica era, por definición entre un hombre adulto y uno joven.
Como en todo, había excepciones, tal y como las bien documentadas entre Alejandro Magno y el novio de su juventud, Hefestión, Orestes y Pilades, o la del héroe mítico Aquiles y su mejor amigo y también amante, Patroclo. No obstante, la relación que definía a Grecia, aceptada o incluso considerada un deber social por el Estado, era el amor intergeneracional. En su forma ideal, se trataba de una relación entre un hombre (llamado erastes, el amante, en Atenas, o el inspirador en Esparta) y un muchacho adolescente (llamado eromenos, el amado, o el oyente, respectivamente). No debemos olvidar que incluso entonces, las opiniones estaban divididas y dieron lugar a un vivo debate entre quienes estaban a favor y en contra de la sexualidad entre hombres.
Las edades de los muchachos que suscitaban las atenciones de los adultos iban desde la adolescencia hasta la temprana edad adulta, tal y como puede verse en las imágenes que nos han llegado en la cerámica y escultura Griega. Las relaciones con muchachos más jóvenes estaban mal vistas, igual que hoy en día (aunque algunos de los amantes jóvenes de los griegos quedaban por debajo de la edad de consentimiento estipulada en muchos países contemporáneos), una característica de madurez de un muchacho era la capacidad de "pensar por sí mismo" frente a las atenciones de un hombre adulto.
Como en todo, había excepciones, tal y como las bien documentadas entre Alejandro Magno y el novio de su juventud, Hefestión, Orestes y Pilades, o la del héroe mítico Aquiles y su mejor amigo y también amante, Patroclo. No obstante, la relación que definía a Grecia, aceptada o incluso considerada un deber social por el Estado, era el amor intergeneracional. En su forma ideal, se trataba de una relación entre un hombre (llamado erastes, el amante, en Atenas, o el inspirador en Esparta) y un muchacho adolescente (llamado eromenos, el amado, o el oyente, respectivamente). No debemos olvidar que incluso entonces, las opiniones estaban divididas y dieron lugar a un vivo debate entre quienes estaban a favor y en contra de la sexualidad entre hombres.
Las edades de los muchachos que suscitaban las atenciones de los adultos iban desde la adolescencia hasta la temprana edad adulta, tal y como puede verse en las imágenes que nos han llegado en la cerámica y escultura Griega. Las relaciones con muchachos más jóvenes estaban mal vistas, igual que hoy en día (aunque algunos de los amantes jóvenes de los griegos quedaban por debajo de la edad de consentimiento estipulada en muchos países contemporáneos), una característica de madurez de un muchacho era la capacidad de "pensar por sí mismo" frente a las atenciones de un hombre adulto.
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El hombre griego no sólo debía casarse y tener hijos, sino también debía tener relaciones afectivas y sexuales con muchachos interesantes, no como sustitución del matrimonio sino como su complemento necesario. Así, su camino a través del jardín del amor debía empezar en algún momento de su adolescencia, cuando era cortejado por varios hombres y escogía a uno como su amante. El siguiente punto del camino era el principio de la edad adulta cuando él, a su vez, cortejaba y se alzaba con el amor de un joven deseable, momento en que el itinerario le llevaba a tomar esposa y tener su propia descendencia (naturalmente, esto se prestaba a infinidad de variaciones, algunas nobles y otras, de lo más sórdido, exactamente igual que hoy en día). Esta variedad en la vida fue reflejada en los antiguos mitos sagrados sobre los que se basan los arquetipos de la vida humana y el autoconocimiento.
Todos los griegos conocían la historia de Zeus, que bajó en forma de águila para llevarse a Ganímedes, el muchacho más bonito del mundo, para que fuese su amante en el Monte Olimpo; o la de Apolo y Jacinto, amor de trágico destino, como muchas otras relaciones apasionadas entre dioses o héroes y hermosos jóvenes. No era para los griegos un amor del que no pudiera hablarse sino, al contrario, uno del que se hacía ostentación. Era una de las tradiciones fundamentales de la vida griega, que se practicaba y disfrutaba al máximo. De hecho, era una necesidad social de cuya exploración no prescindían ni poetas ni filósofos. Era un asunto del que se debatía en público como parte integrante de las reflexiones de las mentes más elevadas.
Se consideraba como algo normal que un hombre se sintiese atraído tanto por encantadoras mujeres como por muchachos imberbes. También se aceptaba que algunos hombres se inclinarían más a una de ambas posibilidades. No obstante, los jóvenes muchachos eran considerados el sexo bello por excelencia. El ideal griego de belleza cobraba consistencia en el cuerpo de un muchacho, algo evidente en toda la literatura y el arte griego, desde los inicios más tempranos a los últimos ejemplos. Los debates literarios examinaban la cuestión de qué tipo de amor era preferible, y a menudo se decantaban por el de los jóvenes muchachos. Con excepción de los textos puramente científicos, resulta difícil hallar una obra que no alabe la belleza juvenil masculina, desde las menciones puramente marginales a las descripciones más ricamente elaboradas. Puede apreciarse en las obras de arte hasta qué punto los muchachos eran el parangón de la belleza; se en que se ve con frecuencia en ellas a muchachas con caracteres masculinos. Es más, se ha hallado una gran cantidad de cerámica con representaciones de muchachos, a menudo con kalos (hermoso), mientras que pocas representaciones de mujeres ostentan la forma femenina kale. Incluso el gran escultor Fidias rindió homenaje a su amado esculpiendo kalos Pantarkes en el dedo de la colosal estatua de Zeus en Olimpia.
(historia-homosexualidad.org)
El hombre griego no sólo debía casarse y tener hijos, sino también debía tener relaciones afectivas y sexuales con muchachos interesantes, no como sustitución del matrimonio sino como su complemento necesario. Así, su camino a través del jardín del amor debía empezar en algún momento de su adolescencia, cuando era cortejado por varios hombres y escogía a uno como su amante. El siguiente punto del camino era el principio de la edad adulta cuando él, a su vez, cortejaba y se alzaba con el amor de un joven deseable, momento en que el itinerario le llevaba a tomar esposa y tener su propia descendencia (naturalmente, esto se prestaba a infinidad de variaciones, algunas nobles y otras, de lo más sórdido, exactamente igual que hoy en día). Esta variedad en la vida fue reflejada en los antiguos mitos sagrados sobre los que se basan los arquetipos de la vida humana y el autoconocimiento.
Todos los griegos conocían la historia de Zeus, que bajó en forma de águila para llevarse a Ganímedes, el muchacho más bonito del mundo, para que fuese su amante en el Monte Olimpo; o la de Apolo y Jacinto, amor de trágico destino, como muchas otras relaciones apasionadas entre dioses o héroes y hermosos jóvenes. No era para los griegos un amor del que no pudiera hablarse sino, al contrario, uno del que se hacía ostentación. Era una de las tradiciones fundamentales de la vida griega, que se practicaba y disfrutaba al máximo. De hecho, era una necesidad social de cuya exploración no prescindían ni poetas ni filósofos. Era un asunto del que se debatía en público como parte integrante de las reflexiones de las mentes más elevadas.
Se consideraba como algo normal que un hombre se sintiese atraído tanto por encantadoras mujeres como por muchachos imberbes. También se aceptaba que algunos hombres se inclinarían más a una de ambas posibilidades. No obstante, los jóvenes muchachos eran considerados el sexo bello por excelencia. El ideal griego de belleza cobraba consistencia en el cuerpo de un muchacho, algo evidente en toda la literatura y el arte griego, desde los inicios más tempranos a los últimos ejemplos. Los debates literarios examinaban la cuestión de qué tipo de amor era preferible, y a menudo se decantaban por el de los jóvenes muchachos. Con excepción de los textos puramente científicos, resulta difícil hallar una obra que no alabe la belleza juvenil masculina, desde las menciones puramente marginales a las descripciones más ricamente elaboradas. Puede apreciarse en las obras de arte hasta qué punto los muchachos eran el parangón de la belleza; se en que se ve con frecuencia en ellas a muchachas con caracteres masculinos. Es más, se ha hallado una gran cantidad de cerámica con representaciones de muchachos, a menudo con kalos (hermoso), mientras que pocas representaciones de mujeres ostentan la forma femenina kale. Incluso el gran escultor Fidias rindió homenaje a su amado esculpiendo kalos Pantarkes en el dedo de la colosal estatua de Zeus en Olimpia.
(historia-homosexualidad.org)
Zeus, Eros y Ganímedes
c. 350 a.C., Museo Ashmolean de Oxford
c. 350 a.C., Museo Ashmolean de Oxford
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