10 Μαΐου 2009

Η ΠΑΠΙΣΣΑ ΙΩΑΝΝΑ

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Frumencio sacó de la alforja un hábito y pidió a su amiga que se lo pusiera para ser admitida como novicio en el monasterio de Fulda.
Así –añadió, ruborizándose, el jovenzuelo- podemos cohabitar en la misma celda sin problemas, comiendo del mismo plato y mojando el estilo en el mismo tintero. Pero si descubren que eres mujer, los priores te encerrarán con las demás novicias en las dependencias reservadas a mujeres, a donde sólo a ellos les está permitido entrar, y yo moriré de desesperación ante la puerta”.
Juana se negó rotundamente a ponerse ropas de hombre, por considerarlo un acto impío, objetando a los ruegos de su enamorado las palabras de Las Escrituras: “No habrá atuendo de hombre sobre una mujer y el hombre no llevará traje de mujer”. Pero él insistió, y al versículo del Deuteronomio opuso la opinión de Orígenes, según el cual las mujeres serán tranformadas en hombre el día del Juicio. Juana respondió que Orígenes era hereje y además eunuco. El joven, por su parte, le recordó el ejemplo de santa Tecla, hermana del apóstol Pablo, y también a las santas Margarita, Eugenia, Matrona y otras muchas santas que ocultaron bajo hábito masculino su cuerpo ‘blanco como las alas de angel’ y alcanzaron la santidad, a pesar se que cohabitaron con monjes, como los turcos alcanzan el Paraíso viviendo entre mujeres.
La juventud, la belleza y la pasión eran argumentos que hacían irrefutable la elocuencia del joven conquistador, de manera que Juana pisoteando sin más dilación con sus pequeños pies los preceptos de Las Escrituras y su hábito femenino, se vistió el de monje, y se calzó aquellas sandalias que años más tarde daría a besar a los poderosos de la Tierra, arrodillados en torno a su trono.
Cuando hubo concluido la transformación, Frumencio la condujo de nuevo a la orilla del lago para que se viera reflejada en el agua. Jamás cíngulo alguno había ceñido la cintura de más bello monje. El rostro de nuestra heroína resplandecía bajo la capucha, como una perla dentro de su concha. Frumencio no se cansaba de admirar al hermano ‘Juan’. Se arrodilló ante él extasiado y comenzó a labar su hermosura con uno de aquellos místico-anatómicos himnos con los que monjes del medioevo ensalzaban uno por uno los miembros de la Virgen: sus cabellos, sus mejillas, sus pechos, su vientre, sus piernas y sus pies, como los vendedores de caballos las hermosuras de su mercancía.

Emmanuil Roídis: La Papisa Juana. Un estudio sobre la Edad Media (Universidad de Sevilla, 2006)
Traducción: Carmen Vilela Gallego

3 σχόλια:

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Emmanuel Royidis
Emmanuel Royidis (Εμμανουήλ Ροΐδης) (Ermoupoli, 1836 - Atenas, 1904) fue un escritor griego.
Biografía
Por ser miembro de una familia acomodada, pudo viajar y adquirir una cultura cosmopolita y liberal. De tendencias republicanas, cuando su fortuna mermó, ocupó el cargo de director de la Biblioteca de Atenas hasta que los monárquicos le hicieron dimitir. Murió casi en la pobreza, pero convertido en un personaje popular y reconocido en los ámbitos culturales.
Obra
Royidis se hizo popular en su país por sus panfletos y artículos periodísticos. Pero la obra que le consagró fue la novela La papisa Juana, en la que, basándose en su erudito conocimiento de los textos medievales, reconstruyó la supuesta vida de la papisa que usurpó el trono de Roma, lo cual le valió la excomunión. Traducida al inglés por Lawrence Durrell, la novela alcanzó fama mundial.

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La Papisa Juana, un estudio sobre la Edad Media, es la única obra de creación fantástica de Emmanuil Roídis. Bajo la forma y la trama de novela histórica el autor se sirve de la historia del Papa hembra -un escándalo eclesiástico en la Edad Media- para urdir una despiadada sátira contra su propio tiempo, con alusiones constantes a sus contemporáneos -ya sean políticos, escritores o simples ciudadanos-, contra la superstición religiosa y contra los falsos predicadores "que adulteran el sagrado vino de la religión mezclándolo con supercherías". El demoledor ataque a la Iglesia ortodoxa griega, la acerada ironía anticlerical y la mofa de las falsas creencias religiosas le valieron la excomunión del Sínodo griego, que recomendó a los fieles que se abstuviersen de leer este libro "nocivo para el alma y para el cuerpo". La certera construcción de la obra, la gracia y el sarcasmo que despliega, unidos a la tempestad que estalló con su excomunión, convirtieron esta novela en un gran éxito de ventas, tanto en Grecia como en el extranjero, durante todo el siglo XIX. Su fama se hizo legendaria y ha motivado su traducción a muchas lenguas. Sea como fuere, con La Papisa Juana Roídis se nos revela como un gran artista de la palabra con un estilo personal depurado y elegante, lleno de sutileza. Su cultura enciclopedista, su mordacidad, su desparpajo, su fino sentido del humor y su cinismo -que recuerdan a Luciano de Samosata y a Voltaire-, y sobre todo su gracia y su feroz crítica seducen y cautivan al lector.

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Papisa Juana
La leyenda de la papisa Juana cuenta la historia de una mujer que usurpó el papado católico escondiendo su identidad sexual. El pontificado de la papisa se suele situar entre 855 y 857, es decir, el que, según la lista oficial de papas, correspondió a Benedicto III, en el momento de la usurpación de Anastasio el Bibliotecario. Otras versiones afirman que el propio Benedicto III fue la mujer disfrazada y otras dicen que el período fue entre 872 y 882, es decir, el del papa Juan VI

La leyenda
En síntesis, los relatos sobre la papisa sostienen que Juana, nacida en 822 en Ingelheim am Rhein, cerca de Maguncia, era hija de un monje. Según algunos cronistas tardíos, su padre, Gerbert, formaba parte de los predicadores llegados del país de los anglos para difundir el Evangelio entre los sajones. La pequeña Juana creció inmersa en ese ambiente de religiosidad y erudición, y tuvo la oportunidad de poder estudiar, lo cual estaba vedado a las mujeres de la época. Puesto que sólo la carrera eclesiástica permitía continuar unos estudios sólidos, Juana entró en religión como copista bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus (Juan el Inglés). Según Martín el Polaco, la suplantación de sexo se debió al deseo de la muchacha de seguir a un amante estudiante.
En su nueva situación, Juana pudo viajar con frecuencia de monasterio en monasterio y relacionarse con grandes personajes de la época. En primer lugar, visitó Constantinopla, en donde conoció a la anciana emperatriz Teodora. Pasó también por Atenas, para obtener algunas precisiones sobre la medicina del rabino Isaac Israeli. De regreso en Germania, se trasladó al Regnum Francorum (Reino de los francos), la corte del rey Carlos el Calvo.
Juana se trasladó a Roma en 848, y allí obtuvo un puesto docente. Siempre disimulando hábilmente su identidad, fue bien recibida en los medios eclesiásticos, en particular en la Curia. A causa de su reputación de erudita, fue presentada al papa León IV y enseguida se convirtió en su secretaria para los asuntos internacionales. En julio de 855, tras la muerte del papa, Juana se hizo elegir su sucesora con el nombre de Benedicto III o Juan VIII. Dos años después, la papisa, que disimulaba un embarazo fruto de su unión carnal con el embajador Lamberto de Sajonia, comenzó a sufrir las contracciones del parto en medio de una procesión y parió en público. Según Jean de Mailly, Juana fue lapidada por el gentío enfurecido. Según Martín el Polaco, murió a consecuencia del parto.
Siempre según la leyenda, la suplantación de Juana obligó a la Iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos. Un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada la inspección, si todo era correcto, debía exclamar: Duos habet et bene pendentes (Tiene dos, y cuelgan bien). Además, las procesiones, para alejar los recuerdos dolorosos, evitaron en lo sucesivo pasar por la iglesia de San Clemente, lugar del parto, en el trayecto del Vaticano a Letrán.

Historia de la leyenda
La opinión más extendida es que se trata de una leyenda, que sin embargo fue dada por cierta por la propia Iglesia hasta el siglo XVI. Las sillas perforadas exhibidas en su apoyo no son al parecer otra cosa que las sillas curiales, que simbolizaban el carácter colegial de la Curia romana. Ninguna crónica contemporánea a los hechos narrados acredita la historia, y la lista de papas no deja ningún resquicio en que se pueda insertar el pontificado de Juana. En efecto, entre la muerte de León IV, el 17 de julio de 855 y la elección de Benedicto III, entre los cuales sitúa Martín el Polaco a la papisa, transcurrió muy poco tiempo, incluso teniendo en cuenta que el segundo no fue coronado hasta el 29 de septiembre del mismo año a causa del antipapado de Anastasio. Estos datos son confirmados por pruebas sólidas, como monedas y documentos oficiales de la época. La crónica de Jean de Mailly sugiere, por su parte, un emplazamiento del papado de Juana un poco anterior a 1100. Sin embargo, sólo transcurren unos meses entre la muerte de Víctor III (16 de septiembre de 1087) y la elección de Urbano II (12 de marzo de 1088), y sólo algunos días entre la muerte de este último (29 de julio de 1099) y la elección de Pascual II (13 de agosto de 1099).
Las explicaciones de la leyenda son diversas. El mito fue tal vez ideado a partir del sobrenombre de papisa Juana que recibió en vida el papa Juan VIII por lo que sus opositores consideraron debilidad frente a la Iglesia de Constantinopla, o quizá por el mismo sobrenombre aplicado a Marozia, autoritaria amante de Juan XI. Por otra parte, el mito también remite a las inversiones rituales de valores propias de los carnavales.
Otro punto de partida de la leyenda puede ser la prohibición del Levítico (21:20) de que esté al servicio del Altar un hombre con los testículos aplastados, es decir, un eunuco. La idea que la prohibición conlleva de verificar que sólo hombres enteros accedan al trono papal, estuvo probablemente en el origen de la inspección ceremonial y del testiculum habet et bene pendebant, un tema sugestivo para una disputatio de quolibet estudiantil en la escolástica de la Edad Media.
La leyenda se ha desarrollado a lo largo de la Edad Media. La primera mención conocida se encuentra en la crónica de Jean de Mailly, dominico del convento de Metz, redactada hacia 1255. La leyenda se propagó muy rápidamente y sobre una gran extensión geográfica, lo que puede hacer suponer que existía con anterioridad y que el dominico se limitó a consignarla por escrito. Hacia 1260, la anécdota reaparece en el Tratado de las diversas materias de la predicación, de Esteban de Borbón, también dominico y de la misma provincia eclesiástica que Mailly. Pero es sobre todo el relato hecho por Martín el Polaco en su Crónica de los pontífices romanos y de los emperadores, hacia 1280, el que le asegura el éxito.
La acogida que hacen los medios eclesiásticos de la anécdota, que en un principio fue aceptada como cierta, se ha explicado después por el interés del caso jurídico y por una voluntad de imponer una interpretación oficial del supuesto acontecimiento.
En efecto, la leyenda es rápidamente revivida con fines polémicos. El franciscano Guillermo de Ockham denuncia una intervención diabólica en la persona de Juan, que prefigura la de Juan XXII, adversario de los espirituales (disidentes franciscanos).
Durante el Gran Cisma de Occidente, la historia de Juana prueba, para las dos facciones, la necesidad legal de una posibilidad de destitución papal. También fue recogida por el polemista Jan Hus y después por los luteranos, que veían en Juana la encarnación de la prostituta de Babilonia descrita en el Apocalipsis:
También me dijo: «Las aguas que has visto, donde se sienta la ramera, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas. / Y los diez cuernos que viste, y la bestia, aborrecerán a la ramera, la dejarán desolada y desnuda, devorarán sus carnes y la quemarán con fuego. / Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo y dar su reino a la bestia hasta que se hayan cumplido las palabras de Dios. / Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra».
Apocalipsis de San Juan.
Todos estos ataques llevaron al erudito Onofrio Panvinio, monje agustino, a redactar en 1562 la primera refutación seria de la leyenda, en su Vitæ Pontificum (Vida de los papas). En el siglo XVII, los luteranos se unieron a sus argumentos.
En 1886, el griego Emmanuel Royidis publicó La papisa Juana, que vino a relanzar el mito. Antes, Petrarca se había visto atraído por la leyenda. En el siglo XX se interesaron por ella otros escritores, como Lawrence Durrell, Renée Dunan o Alfred Jarry.
En 1972 se estrenó la película "La Papisa Juana", con Liv Ullmann, como protagonista, representando a Juana

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