30 Μαΐου 2009

ΕΛΛΗΝΙΚΟΣ ΚΑΙΝΟΥΡΙΟΣ ΚΟΣΜΟΣ, ΜΕΓΑΣ

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Constantino Kavafis (1863-1933) tuvo un extraordinario respeto por Grecia, la Grecia real de su tiempo. Pero no se consideró griego jamás, sino helénico; luego podemos decir que, más precisamente, alejandrino.
La Grecia macedónica o helenística fue (a partir de Alejandro Magno, fundador de Alejandría) la expansión de la cultura griega sobre territorios del Asia Menor, el Medio Oriente y el norte de África, donde existían otras culturas. El helenismo triunfará sobre ellas, sin abolirlas. El helenismo –una Grecia que no estaba ni era Grecia- se encarna principalmente en los reyes –débiles reyes- herederos de Alejandro: Ptolemeo en Egipto. Seleuco en Siria y en Babilonia. Sus capitales fueron Alejandría y Antioquía, ciudades-simbolo amadas por Kavafis. Ciudades lujosas, morbosas, a favor de la delicia y de la vida.
A ese mundo griego llegó Roma, y antes del año 30 a.J.C (anexión de Egipto) todo el oriente helenístico era romano. Así fue hasta que en 395, a la muerte del emperador Teodosio, llamado el Grande, se separan definitivamente el Imperio occidental, latino, de Honorio y el oriental, griego, de Arcadio. El Imperio romano nunca había cuestionado la fuerza, la singularidad o aun la supremacía cultural de las ciudades del orbe griego, pero su autonomía –en lo que sería el Imperio bizantino- revivió momentáneamente el esplendor helenístico, si bien el cristianismo imperante mantuvo alta la guardia para evitar licencias. Con añadidos raciales o culturales –con la pugna un tiempo entre paganos y cristianos-, el mundo griego (helenístico mejor) seguía pujante. La caída de parte del Imperio bizantino en poder de los arabes del califato Omeya, y luego del Imperio entero en manos turcas, a veces pudo poner en peligro el helenismo (y desde luego la literatura en griego se resintió), pero la Iglesia ortodoxa y la vigencia del mismo espíritu griego mantuvieron el valor, la eficacia de esas comunidades griegas, fuera de la Grecia continental, a las que pertenecía la familia Kavafis.
Con la existencia del reino de Grecia, que en 1864 incorpora las islas jónicas, surge de inmediato una voz que no se ha apagado todavía: la énosis o incorporación a la patria griega de todas las comunidades del Asia Menor y del Inmediato Oriente. Pero la anhelada énosis (sentida íntimamente por Kavafis, aunque no de igual modo que los políticos de Atenas) comienza su caída, definitiva al parecer, cuando al fin del Imperio otomano, y su derrota en la primera guerra mundial, la nueva Turquía se apodera plenamente de aquellas ciudades griegas del Asia Menor, y con la toma de Esmirna, en 1922, esas comunidades griegas emigran. Egipto sigue bajo la tutela británica, pero tras la segumda guerra mundial –Kavafis no lo verá- se prevé su arabización plena. La énosis quedaba como una relíquiaactiva en la isla de Chipre. Como un sueño de neoimperio macedónico, pero de otro modo, en Kavafis. Constantino no soño con un único Estado griego –con capitalidad en Atenas- sino con una vasta comunidad helénica cultural, que tuviera en Grecia un ancestro y punto de referencia, pero que viviera, prevaleciente y contaminada, en territoriow plurales, distintos, plurirraciales, mundanos. Kavafis – ya lo he dicho- amó a Grecia, pero se sintió heleno, perteneciente a la tradición del alejandrismo, griego decadente del extrarradio, habitante de Alejandría y Antioquía, las ciudades antiatenienses de su secreto deseo. Ciudades de la carne, del cuerpo y de una cultura que no niega el placer. Ello le hizo el habitante de un tiempo histórico ideal. Habitante de una ciudad –Alejandría- cosmopolita también en su tiempo. Y sobre todo habitante de un hedonismo radical –o sea, algo escéptico- que abundaba en el «amor –dijo lord Alfred- que no se atreve a decir su nombre». Kavafis fue (realmente, no figutadamente) el último notable del helenismo. La ciudad que él vivió –la Alejandría anterior a la segunda guerra- ya no existe.
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Luis Antonio de Villena: Carne y tiempo (Lecturas e inquisiciones sobre Constantino Kavafis) [Planeta, 1995]
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EN EL 200 a.J.C.
Alejandro, hijo de Filipo, y los griegos,
salvo los lacedemonios...
PLUTARCO, Alejandro, 16


Podemos muy bien imaginar
qué total indiferencia tendrían en Esparta
por esta insripción: «Salvo los lacedemonios»,
pero es natural. No eran los espartanos
gente que se dejaran conducir y mandar
como siervos de valía. Además,
una expedición panhelínica sin
un rey espartano como jefe,
no debía parecerles demasiado importante.
¡Ah, precisamente «salvo los lacedemonios»!
Esto es también una postura. Se entiende.
Así, salvo los lacedemonios, en Gránico:
y en Iso, después; y en la última
batalla, donde quedó barrido el terrible ejército
que en Arbelas concentraron los persas;
que desde Arbelas se puso en marcha hacia el triunfo y
resulto aniquilado.

Y de esta sorpredente expedición panhelénica,
victoriosa, respadeciente,
afamada, gloriosa
como ninguna otra lo fue, surgimos nosotros,
un nuevo mundo griego, inmenso.

Nosotros: alejandrinos, antioquenos,
seléucidas y los otros
griegos incontables de Egipto y de Siria,
y los de Media y Persia, y tantos otros.
Con estados enormes,
con la rica influencia de nuestra hábil adaptación.
Y nuestra Común Lengua Griega,
hasta el corazón de Bactriana la llevamos, hasta la India.
¡Hablar ahora de los lacedemonios!

C. P. Cavafis: Poesía completa (Alianza, 1982)
Trad.: Pedro Bádenas de la Peña

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1 σχόλιο:

senses and nonsenses είπε...

Grande Kavafis

gracias por el post.

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