30 Μαΐου 2011

Ο ΗΡΑΚΛΗΣ ΣΤΗΝ ΙΒHΡΙΚΗ ΧΕΡΣΟΝΗΣΟ 3


HERACLES EN LA PENÍSULA IBÉRICA 3

Como regalo de boda a Hera en su matrimonio con Zeus, Gea le había regalado unas manzanas de oro maravillosas que Hera mandó plantar en su jardín. Para custodiar las manzanas y el árbol increíble que las producía, Hera puso al frente a un dragón inmortal de cien cabezas, nacido de Tifón y Equidna, y a tres ninfas del atardecer, las Hespérides. Euristeo pidió a Heracles estas manzanas. Lo primero que tuvo que hacer el héroe fue saber dónde estaba el país de las Hespérides, lo que le llevó a vivir diferentes aventuras, hasta que Nereo, el dios marino, le informó dónde estaba. Entre sus aventuras libera a Prometeo del águila que le comía el hígado, que se regeneraba continuamente. Prometeo le aconseja que no coja él mismo las manzanas, sino que sea el propio Atlante quien las recogiera para él. Así sucede y, tras engañar a Atlante, huye con las manzanas de regreso a casa. Euristeo vuelve a no saber qué hacer con el botín, y Heracles se las ofrece a la diosa Atena, quien las restituyó al Jardín de las Hespérides.


Las Hespérides o ‘las hijas del ocaso’ en la Teogonía de Hesíodo aparecen como hijas de la Noche, pero, según otras versiones, eran hijas de Forcis y Ceto, pertenecientes también a la primera generación de dioses, o del mencionado Atlante. La tradición más extendida habla de tres: Egle, Eritia y Hesperaretusa, aunque el nombre de esta última a veces se divide en dos: Hesperia y Aretusa. No se sabe exactamente dónde estaba el jardín de las Hespérides. Desde luego en el extremo occidental, no lejos de isla de los Bienaventurados,al borde de Oceano. A medida que feu conociéndose mejor el mundo occidental, se fue precisando el emplazamiento del país de las Hespérides, al pie del monte Atlas.


Según el poeta griego siciliano Estesícoro, en su poema la Gerioneida, y el geógrafo griego Estrabón, en su libro Geografía (volumen III), las Hespérides estaban en Tartessos, un lugar situado en el sur de la península Ibérica.
Para la época romana, el Jardín de las Hespérides había perdido su lugar arcaico en la religión, reduciéndose a una convención poética, forma en la fue resucitado en la poesía renacentista, para aludir tanto a un jardín como a las ninfas que moraban allí.

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