30 Ιανουαρίου 2009

ΕΡΩΤΕΣ 4

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Aristófanes: (...) cuantas mujeres son sección de mujer, no prestan mucha atención a los hombres, sino que están más inclinadas a las mujeres, y de este género proceden también las lesbianas.
Cuantos, por el contrario, son sección de varón, persiguen a los varones y mientras son jóvenes, al ser rodajas de varón, aman a los hombres y se alegran de acostarse y abrazarse; éstos son los mejores de entre los jóvenes y adolescentes, ya que son los más viriles por naturaleza. Algunos dicen que son unos desvergonzados, pero se equivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y masculinidad, abrazando lo que es similar a ellos. Y una gran prueba de esto es que, llegados al término de su formación, los de tal naturaleza son los únicos que resultan valientes en los asuntos políticos. Y cuando son ya unos hombres, aman a los mancebos y no prestan atención por inclinación natural a los casamientos ni a la procreación de hijos, sino que son obligados por la ley, pues les basta vivir solteros todo el tiempo en mutua compañía. Por consiguiente, el que es de tal clase resulta, ciertamente, un amante de mancebos y un amigo del amante, ya que siempre se apega a lo que le está emparentado. Pero cuando se encuentran con aquella auténtica mitad de sí mismos tanto el pederasta como cualquier otro, quedan entonces maravillosamente impresionados por afecto, afinidad y amor, sin querer, por así decirlo, separarse unos de otros ni siquiera por un momento. Éstos son los que permanecen unidos en mutua compañía a lo largo de toda su vida, y ni siquiera podrían decir qué desean conseguir realmente unos de otros. Pues a ninguno se le ocurriría pensar que ello fuera el contacto de las relaciones sexuales y que, precisamente por esto, el uno se alegra de estar en compañía del otro con tan gran empeño. Antes bien, es evidente que el alma de cada uno desea otra cosa que no puede expresar, si bien adivina lo que quiere y lo insinúa enigmáticamente. Y si mientras están acostados juntos se presentara Hefesto con sus instrumentos y les preguntara: «¿Qué es, realmente, lo que queréis, hombres, conseguir uno del otro?», y si al verlos perplejos volviera a preguntarles: «¿Acaso lo que deseáis es estar juntos lo más posible el uno del otro, de modo que ni de noche ni de día os separéis el uno del otro? Si realmente deseáis esto, quiero fundiros y soldaros en uno solo, de suerte que siendo dos lleguéis a ser uno, y mientras viváis, como si fuerais uno solo, viváis los dos en común y, cuando muráis, también allí en el Hades seáis uno en lugar de dos, muertos ambos a la vez. Mirad, pues, si deseáis esto y estaréis contentos si lo conseguís.» Al oír estas palabras, sabemos que ninguno se negaría ni daría a entender que desea otra cosa, sino que simplemente creería haber escuchado lo que, en realidad, anhelaba desde hacía tiempo: llegar a ser uno solo de dos, juntándose y fundiéndose con el amado. Pues la razón de esto es que nuestra antigua naturaleza era como se ha descrito y nosotros estábamos íntegros. Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de esta integridad.

Platón: El Banquete

25 Ιανουαρίου 2009

ΕΡΩΤΕΣ 3

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Por mi parte, dioses celestiales, pido que mi vida sea así siempre, que pueda sentarme frente a mi amigo y escuchar de cerca su dulce voz, salir con él cuando él salga y compartir con él toda actividad. Y que un amante pueda pedir que su amado pueda recorrer el camino hasta la vejez sin penas, através de una vida sin tropiezos ni desvios y sin haber experimentado ninguna malvada maquinación de la fortuna. Y si, de acuerdo con las leyes que gobiernan la naturaleza humana, le roza una enfermedad, que yo enferme con él cuando él esté enfermo y que cuando zarpe a través de olas tormentosas, yo pueda navegar con él. Y si la violencia de un tirano ordena encadenarlo, yo pondré los mismos grilletes en torno a mi cuerpo. Todo el que lo odie será mi enemigo, y mostraré mi aprecio a cuantos estén en buenas relaciones con él. Y si veo a bandidos o enemigos que le atacan, me armaré yo también incluso por encima de mis posibilidades. Y si muere, no soportaré la vida. Daré las últimas instrucciones a los que más quiero después de él para que nos construyan una tumba común, a ambos, que mezclen los huesos con los huesos y que no separen nuestras calladas cenizas unas de otras.

Luciano: Amores en Obras III (Gredos, 1990)
Traducción: Juan Zaragoza Botella

20 Ιανουαρίου 2009

ΕΡΩΤΕΣ 2. ΟΡΕΣΤΗΣ ΚΑΙ ΠΥΛΑΔΗΣ

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Fresco de Pompeya - Benjamin West
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La Fócide unió a Orestes y Pílades desde su misma niñez. Tomando al dios como mediador de sus sentimientos mutuos, navegaron juntos como si fueran en un mismo navío de la vida. Ambos mataron a Clitemnestra como si ambos fueran hijos de Agamenón, y a manos de ambos murió Egisto. Pílades sufrió más por el acoso de las Furias a Orestes y lo defendió cuando lo estaban juzgando. Los afectos de la amistad no estaban limitados a las fronteras de Grecia, sino que navegaron hasta los últimos límites de Escitia, cada vez que uno enfermaba y el otro le cuidaba. En todo caso, tan pronto como arribaron al país de los Tauros, la Furia de los matricidas dio la bienvenida a los extranjeros, y cuando los nativos se pusieron en torno de ellos, Orestes cayó al suelo afectado por su habitual locura y quedó tendido, pero Pílades

le limpiaba la espuma y cuidaba de su cuerpo
y extendía delante de él su mano de fuerte trama para protegerle

dando la sensación no sólo de un amante, sino también de un padre. Y en todo caso, cuando se decidió que uno quedaría allí para que lo mataran y el otro volvería a Micenas para llevar una carta, ambos querían quedarse en beneficio del otro, considerando que él mismo vivía en la supervivencia del otro. Orestes rechazó tomar carta, alegando que Pílades era más adecuado para hacerlo, comportándose casi como amante más que como amado:

La muerte de este hombre sería una terrible desgracia para mí.
Pues yo soy el piloto de la nave de esta desgracia.


Y poco después dice:

dale la carta a mi compañero.
Yo la enviaré a Argos, como a él le convenga
y a mí deja que me mate quien quiera.

Así suele ocurrir generalmente. Cuando el amor serio nos es inculcado desde la niñez y madura en la edad que ya es capaz de razonar, el objeto de nuestro afecto duradero concede amor en correspondencia y es difícil darse cuenta de quién de los dos es el amnte, como si la imagen del cariño del amante se reflejara en la del amado como en un espejo.

Luciano: Amores en Obras III (Gredos, 1990)
Traducción: Juan Zaragoza Botella
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François Bouchot

15 Ιανουαρίου 2009

Ο ΑΧΙΛΛΕΑΣ ΘΡΗΝΕΙ ΤΟΝ ΘΑΝΑΤΟ ΤΟΥ ΠΑΤΡΟΚΛΟΥ

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Nikolay Gay: Aquiles lamentando la muerte de Patroclos
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Canto XIX
1- Eos, de azafranado velo, se levantaba de la corriente del Océano para llevar la luz a los dioses y a los hombres, cuando Tetis llegó a las naves con la armadura que Hefesto le entregara. Halló al hijo querido reclinado sobre el cadáver de Patroclo, llorando ruidosamente, y en torno suyo a muchos amigos que derramaban lágrimas.
[...]
Los caudillos aqueos se reunieron en torno de Aquileo y le suplicaron que comiera; pero él se negó, dando suspiros:
305 —Yo os ruego, si es que alguno de mis compañeros quiere obedecerme aún, que no me invitéis a saciar el deseo de comer o de beber; porque un grave dolor se apodera de mi. Aguardaré hasta la puesta del sol y soportaré la fatiga.
309 Cuando esto hubo dicho, despidió a los reyes, y solo se quedaron los dos Atridas, el divino Odiseo, Néstor, Idomeneo y el anciano Fénix para distraer a Aquileo, que estaba profundamente afligido. Pero nada podía alegrar el corazón del héroe, mientras no entrara en sangriento combate. Y acordándose de Patroclo, daba hondos y frecuentes suspiros y así decía:
315 —En otro tiempo, tú, infeliz, el más amado de los compañeros, me servías en esta tienda, diligente y solícito, el agradable desayuno cuando los aqueos se daban prisa por trabar el luctuoso combate con los teucros, domadores de caballos. Y ahora yaces, atravesado por el bronce, y yo estoy ayuno de comida y de bebida, a pesar de no faltarme, por la soledad que de ti siento. Nada peor me puede ocurrir: ni que supiera que ha muerto mi padre, el cual quizás llora allá en Ptía por no tener a su lado un hijo como yo, mientras peleo con los teucros en país extranjero a causa de la odiosa Helena; ni que falleciera mi hijo amado, que se cría en Esciros, si el deiforme Neoptólemo vive todavía. Antes, el corazón abrigaba en mi pecho la esperanza de que sólo yo perecería en Troya, y de que tú, volviendo a Ptía, irías en una veloz nave negra a Esciros, recogerías a mi hijo y le mostrarías todos mis bienes: las posesiones, los esclavos y el palacio de elevado techo. Porque me figuro que Peleo ya no existe, y si le queda un poco de vida, estará afligido, se verá abrumado por la odiosa vejez y temerá siempre recibir la triste noticia de mi muerte.
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Homero: La Ilíada
Traducción: Luis Segalá y Estalella (1910)

10 Ιανουαρίου 2009

ΕΡΩΤΕΣ 1. ΑΧΙΛΛΕΑΣ ΚΑΙ ΠΑΤΡΟΚΛΟΣ

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Fresco de Pompeya (detalle)
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No te sorprendes, porque tampoco el afecto de Aquiles a Patroclo se limitó a sentarse enfrente

Esperando que el Eácide acabara de cantar*

Sino que también el placer era el intermediario de su amistad. En todo caso, cuando Aquiles lementaba la muerte de Patroclo, su dolor incontrolado le hizo gritar la verdad y dijo:

Llorando conservé el respeto por mis relaciones íntimas con tus muslos.**

Y los que los griegos llaman jarareros creo que no son otra cosa que amantes descarados. Tal vez alguien aduzca que estas cosas son vergonzosas de decir, pero, por la Afrodita de Cnido, es verdad.

Luciano: Amores en Obras III (Gredos, 1990)
Traducción: Juan Zaragoza Botella

* Ilíada IX 191
** ESQUILO, Frag. 136, probablemente de Mirmidones.

5 Ιανουαρίου 2009

ΛΟΥΚΙΑΝΟΥ. ΕΤΑΙΡΙΚΟΙ ΔΙΑΛΟΓΟΙ

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V
CLONARIÓN Y LEENA
CLONARIÓN: Hemos oído cosas sorprendentes acerca de ti, Leena!; dicen que Megila, la rica lesbia, está enamorada de ti como un hombre, que vivís juntas y os dedicáis a no sé qué actividad recíproca. ¿Qué pasa?, ¿has enrojecido?, ¡ea!, dime si es verdad lo que se dice.
LEENA. Es verdad, Clonarión. Y yo estoy avergonzada, por lo antinatural que es esto.
CLONARIÓN. ¡En nombre de la diosa Afrodita!, ¿de qué se trata?, ¿qué quiere la mujer?, ¿qué havéis cuando estáis juntas? ¿Lo ves? Ya no me quieres, pues de otro modo no me ocultarías tales secretos.
LEENA. Te quiero más que a ninguna otra amiga, pero ella es terriblemente viril.
CLONARIÓN. No entiendo lo que dices, a no ser que se trate de una especie de fulana para mujeres. Dicen que hay mujeres así en Lesbos, con pinta de hombres, que no quieren tener comercio con hombres, sino que ellas mismas se acercan a las mujeres, como si fueran hombres.
LEENA. De una cosa parecida se trata.
CLONARIÓN. Entonces, Leena, explícamelo, cómo se insinuó primero, cómo tú te dejaste convencer y lo que vino después.
LEENA. La propia Megila y otra mujer rica, Demonasa la corintia, con las mismas costumbres que Megila, habían organizado una fiesta y me habían contratado a mí también para que les tocara la cítara. Cuando dejé de tocar ya era muy tarde y había que acostarase; ellas estaban borrachas. "¡Ea! -me dijo-, Leena, es un buen momento para irnos a la cama, acuéstate aquí en medio de nosotras.”
CLONARIÓN. ¿Y te acostaste? ¿Qué pasó luego?
LEENA. Al principio me besaban como los hombres, no sólo ajustando sus labios a los míos, sino que entreabrían la boca y me abrazaban, apretándome los pechos. Demonasa incluso me mordía mientras me besaba. Yo no sabía cómo interpertar lo que ocurría. Por fin Megila, que estaba ya muy caliente, se quitó la peluca de la cabeza (llevaba una peluca muy bien imitada y perfectamente ajustada) y apareció pelada al cero, afeitada como hacen los atletas muy viriles. Yo al verla me quedé turbada, pero ella me dijo; “¿Has visto alguna vez, Leena, a un muchacho tan hermoso?”. “ Yo no veo aquí na ningún joven, Megila”, dije. “ No me afemines - dijo -, pues yo me llamo Megilo y hace tiempo que me casé con Demonasa; es mi mujer.” Ante estas palabras, Clonarión, yo me eché a reír y dije: “¿Entonces tú, Megila, nos has estado ocultando que eres un hombre, como dicen que Aquiles se ocultaba entre las doncellas, y tienes tu virilidad y te comportas como un hombre con Demonasa?” “Aquello no lo tengo, Leena, -dijo-, pero no lo necesito en absoluto; tengo una manera muy propia y mucho más agradable de hacer el amor, como vas a ver.” “¿Entonces eres un hermafrodita –pregunté yo-, con los atributos de ambos sexos, de los que se dice que hay muchos?” Porque yo, Clonarión, todavía ignoraba estas cosas. “No -respondió-, sino que soy un hombre completo.” “Oí decir –seguí hablando yo – a la flautista beocia Ismenodora, cuando contaba relatos tradicionales de su país, que una mujer en Tebas se había transformado en hombre y que este hombre había llegado a ser in magnífico adivino, Tiresias se llamaba, según creo. ¿Acaso a ti te ha ocurrido algo parecido?” “No, Leena –respondió-, yo nací mujer igual que vosotras, pero mi pensamiento, mis deseos y todo lo demás lo tengo como un hombre.” “¿Y te basta con los deseos?”, dije yo. “Si no te fías de mí, dame una oportunidad, Leena, y te darás cuenta de quq no me falta nada de lo que tienen los hombres, pues tengo una cosa a cambio de su virilidad. Tú déjate hacer y lo verás.” Yo me dejé hacer, Clonarión, en vista de sus súplicas insistentes y de que me regaló un collar de mucho precio y finísima lencería. Luego yo la abracé como a un hombre y ella puso manos a la obra y me besaba y suspiraba y daba la impresión de que disfrutaba de una manera exagerada.
CLONARIÓN. ¿Y qué te hacía, Leena, y cómo lo hacía? Dime esto sobre todo.
LEENA. No preguntes con tanto detalle, que es de mal gusto; aparte de que, te lo juro por la Celeste, no te podría decir.

Luciano de Samosata: Diálogos de Cortesanas (Alianza Editorial, 1997)
Traducción: Juan Zaragoza Botella
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