30 Ιουλίου 2012

ΘΕΟΚΡΙΤΟΣ 2

Para mí, el aspecto más delicioso de los Idilios de Teócrito se halla en la asociación entre los placeres de la improvisada poesía amorosa y el acto mismo de hacer el amor. En la obra de Teócrito, la vista de una persona digna de amar desata un torrente verbal panegírico. Los diálogos, incluso los competitivos o de rivalidad, son formas de cortejo. Un bello poema merece los besos de una muchacha o de un joven hermoso. Un poema erótico puede provocar reacciones físicas y recompensas incluso más deliciosas. En estos idilios, los jóvenes tienen ocupaciones modestas pero útiles, por lo general cuidando rebaños de ovejas o de cabras, y son, sin duda, pobres. Pero nunca desean riquezas más grandes que un panal recién cogido, una siringa nueva o la armonía y dulzura de un amante hermosos. En la mayoría de los poemas aparecen guardando sus rebaños y al propio tiempo en una agradable holganza. Hay aquí mucho de loe Walt Whitman llamaría “haraganería”. Buena parte del tiempo de estos pastores estña dedicado al cortejo amoroso, prolijo y sosegado. La excitación sexual va y viene.
Algunas de las fiestas y costumbres arcádicas vistas o inventadas por Teócrito producen la impresión de que estamos ante una cultura casi intoxicada por su expansiva sexualidad. Véase como ejemplo el siguiente fragmento del Idilio XIII:
Niceros, hombres de Megara, primeros entre los remeros,
ojalá prosperéis y seáis bendecidos por el honor
con que tratasteis a Diocles, el extranjero del Ática,
amante de los jóvenes. Al comienzo de cada primavera
los muchachos siguen reuniéndose en torno a su tumba y compiten
en torneos del arte del amor. Y aquel cuyos besos,
labio con labio, son juzgados como los más dulces volverá a casa,
junto a su madre, adornado con las guirnaldas de la victoria.
¡Es un hombre afortunado el elegido como juez!
Diocles fue un ateniense que murió intentando salvar la vida de un joven a quien amaba. Los muchachos que honran su tumba con esa excitante competición erótica lo hacen a modo de preparación para conseguir el honor de ser amados por alguien como Diocles, si es que exista otro hombre semejante. Se preparan para poder besarle del modo más dulce y estar a la altura del honor recibido. Lo importante es que al relacionar los juegos eróticos con la yumba de Diocles esos jóvenes están aceptando las normas de heroísmo, virilidad y fidelidad masculinas de su sociedad. El último verso de los citados no precisa, es obvio, de grandes comentarios. El afortunado hombre que juzga a los muchachos puede entregarse honorablemente a la promiscuidad, aunque sólo sea mientras dure la competición, incluso si se limita a imaginar el placer, todavía más dulce, de hacer el amor con ellos. El lector, sin duda, se halla en una posición semejante, pero sin los besos

Gregory Woods: Historia de la Literatura Gay (Akal, 2001)

22 Ιουλίου 2012

ΘΕΟΚΡΙΤΟΣ 1

Los idilios bucólicos del poeta Teócrito (ca. 308-240 a.C.) junto con las obras menores, pero semejantes, de Bion y de Mosco, son poemas que han fijado de modo definitivo la visión de la vida pastoril preferida por la cultura occidental y, por ello, ejercen una mayor autoridad en la posterior producción literaria de lo que, en sentido estricto, merecen por sus propias cualidades estéticas (que, como se admite, no son insignificantes). Se trata de poemas que reflejan un mundo en parte basado en las realidades de la vida diaria de los pastores –incluyendo excrementos, reproducción, muerte- y en parte en un espacio idealmente arcádico, vigilado de cerca y solícitamente atendido por dioses benevolentes. Es un mundo poblado por gentes sencillas, ajenas por completo a toda cultura libresca (aunque receptivas y sensibles a las musas de la poesía cantada) y, por el contario, buenas conocedoras de la naturaleza. Dedican su tiempo a cuidar de sus rebaños y cosechas, a disfrutar de la belleza natural que les rodea y a enamorarse. Su entretenimiento principal es cantar, a menudo compitiendo unos con otros y teniendo como premio una siringa. Las canciones que improvisan se refieren a sus propias vidas: loan la belleza de la persona que aman, lamentan la muerte de un amigo, arrullan a su ganado hasta que se duerme.
Teócrito distingue entre deseo y amor; el primero es impulsivo y rudo; el segundo es tardo y causa dolor como posterior placer. Sin embargo, Teócrito nunca afirma que el amor carezca por completo de deseo. Los jóvenes de sus poemas han visto a ovejas y cabras montadas por sus machos, lo que les excita, ya que ello indica que los cuerpos han sido creados para el acto sexual. Se llega a insinuar incluso que también los animales pueden excitarse ante las relaciones físicas de los seres humanos; así ocurre en un breve pasaje del Idilio V, que los traductores ingleses suelen poner en latín. El cabrero Comatas y el pastor Lacon se sienten en cierto momento rivales y con ánimo de competir. Dice el primero:
Cuando yo te sodomice, lo verás. Tus cabras
balarán y tus carneros las montarán.
A lo que Lacon responde con lo que debe ser uno de los más enérgicos insultos iimprovisado:
Que te entierren no más profundamente que tu culo,
viejo jorobado.
Sin embargo, la familiaridad de estos hombres con el mundo natural puede proporcionarles también un fuerte sentido de lo que es un a conducta apropiada o no. Y por lo general no consideran el “montar” el cuerpo deseado como un fin en sí mismo. Su lascivia no es decadente, a la manera de los maleados habitantes de las ciudades. En la Arcadia, todo está concorde con las leyes naturales, y ese todo incluye el amor entre hombres y jóvenes. En la competición de canciones que sigue al diálogo citado poco más arriba, Comatas canta acerca de una muchacha que corteja, mientras que Lacon lo hace acerca del joven Cratidas, que está jugando a hacerse el indiferente con él. Y Comatas le dice a Lacon, todavía cantando:
No me digas que ya has olvidado
cuando te cogí en el suelo
y tú me violaste alegremente contra la encina.
La evidente reciprocidad de este rudo encuentro –que Lacon declara haber olvidado- da lugar a una melancólica canción en la que se manifiesta el deseo por sus otros amores. El deseo, sin duda, es un estado de ánimo bien apropiado para cantar.

Gregory Woods: Historia de la Literatura Gay (Akal, 2001)

10 Ιουλίου 2012

ΘΕΟΚΡΙΤΟΥ ΕΙΔΥΛΛΙΟΝ ΧΧΙΧ

“Idilio XXIX”, de Teócrito
A un doncel
«Vino y verdad,» caro doncel, reza el adagio; también nosotros hemos de ser sinceros, pues que estamos bebidos. Voy a decirte yo lo que está en el fondo de mi pecho: no accedes a quererme con todo el corazón. Bien lo sé, pues tu hermosura me da media vida, mas la otra media no existe para mí. Cuando tú quieres, mi día es como el de las deidades; cuando no quieres tú, todo es obscuridad. ¿Cómo es razón llenar a quien nos ama de amarguras?
Si me haces caso, tú, que eres joven, a mí, que soy más viejo, mejor te irá y habrás de agradecérmelo. Haz un solo nido en un árbol solo, donde no llegue ningún cruel reptil. Tú reposas, en cambio, hoy en esta rama, y mañana en aquella, y pasas de una a otra. Si alguien al mirarte te alaba el rostro hermoso, eres ya íntimo suyo, amigo de tres años, y el que siempre te quiso se torna para ti amigo de tres días. [No busques novedades, quédate con es que es igual siempre]. Si así lo haces, tu fama será buena en la ciudad, y no habrás de sufrir penas de Amor, quien subyuga el corazón de los hombres sin esfuerzo, quien a mí, que era de hierro, así ha ablandado.
Por tu dulce boca te lo ruego, recuerda que hace un año eras más joven y que nos hacemos viejos y arrugados antes de lo que se tarda en escupir; que no es posible recuperar la juventud, pues ella lleva alas en la espalda, y nosotros somos muy lentos para coger lo que se va volando. Debes pensar en esto y ser más amigable, y corresponder leal al amor que te tengo, para que, cuando tengas ya barba de hombre, haya amistad digna de Aquiles entre nosotros.
Pero si dejas que el viento lleve esto, y en tu interior te dices: «¡Demonio de hombre! ¿Por qué me molestas?», yo, que ahora a buscar por ti fuera las Manzanas de oro y atraer al Guardián de los muertos, a Cerebro, entonces, aunque tú me llamaras, ni hasta la puerta de casa saldría, libre ya de este echarte de menos que me agobia.

Bucólicos Griegos (Gredos, 1986)
Trad.: Manuel García Teijeiro y María Teresa Molinos Tejada
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