El hijo de Zeus [Heracles] echó a andar hacia el bosque para procurarse antes un remo apropiado a sus manos…
Entretanto Hilas con un cántaro de bronce lejos del grupo buscaba la sagrada corriente de un manantial, a fin de traer agua para la cena y con prontitud prepararle convenientemente todo lo demás antes de su llegada. Pues en tales costumbres lo educaba aquél, desde que lo arrebatara muy niño de la morada de su padre, el divino Tiodamante, a quien mató sin piedad entre los dríopes cuando se le enfrentó por un buey de labranza… Pero esto me apartaría lejos de mi canto.
Al punto llegó éste al manantial que llaman Fontanas los habitantes vecinos. Justamente entonces se formaban los coros de ninfas. Pues todas las ninfas, cuantas allí tenían por morada la amable montaña, se cuidaban de celebrar siempre a Ártemis con cantos nocturnos. Cuantas ocupaban las atalayas de los montes o también los torrentes, y las de los bosques, avanzaban en filas desde lejos; en tanto que del manantial de hermosa corriente otra ninfa acababa de emerger sobre el agua. Contempló a éste de cerca, arrebolado de hermosura y dulces encantos, pues la luna llena con su luz lo alcanzaba desde el cielo. Cipris estremeció el corazón de ésta y en su turbación apenas pudo recobrar el aliento.
Tan pronto como él sumergió el cántaro en la corriente, inclinándose de costado, y el agua gorgoteó fuertemente al penetrar en el sonoro bronce, en seguida ella le echó el brazo izquierdo por encima del cuello deseando besar su tierna boca, tiró de su codo con la mano derecha y lo hundió en medio del remolino.
El único de los compañeros que oyó su grito fue el héroe Polifemo Ilátida, que iba más adelante por el camino, pues aguardaba al portentoso Heracles cuando volviera. Acudió corriendo cerca de las Fontanas, como una fiera salvaje… mucho se lamentaba el Ilátida y en derredor recorría el lugar llamándole, pero vanos fueron sus gritos… Entonces, mientras blandía en su mano la espada desnuda, se encontró por el sendero con el propio Heracles… Furioso arrojó a tierra el abeto y corría por el sendero hacia donde sus pies lo llevaban precipitado…. en su arrebato, unas veces agitaba sus veloces rodillas sin cesar y otras en cambio, interrumpiendo su esfuerzo, lanzaba a lo lejos gritos con su gran voz gritos penetrantes.
Apenas la estrella maturina sobrepasó las más altas cumbres, soplaron las brisas… Ellos embarcaron aprisa ansiosos… Cuando en el cielo comienza a brillar la radiante Aurora… entonces se percataron de que los habían dejado atrás sin saberlo…
Apolonio Rodio: Las Argonáuticas I (Gredos, 2000)
trad. M. Valverde Sánchez
El rubio Hilas fue con una vasija de bronce a buscar agua para la cena del propio Heracles y del intrépido Telamón, ya que estos dos amigos compartían siempre la misma mesa. Pronto advirtió una fuente en una hondonada, a cuyo alrededor abundaban los juncos, la obscura celidonia, el verde culantrillo, el florido apio y la reptante grama. En medio del agua danzaban las Ninfas en corro, las Ninfas que nunca duermen, deidades terribles para los campesinos: Éunica y Málide y Niquía, de ojos de primavera.
Fue el mancebo con prisa a hundir la grande jarra en la fontana, mas ellas lo asieron todas de la mano, que a todas el tierno corazón les rindió amor con el deseo del muchacho argivo. Cayó él de golpe en el agua obscura, como cuando del cielo cae una encendida estrella de golpe al mar, y dice el marinero a sus iguales: “Largad velas, muchachos, que se levanta el viento”.
Tenían las ninfas al lloroso mancebo en su regazo y lo consolaban con palabras tiernas. El hijo de Anfitrión, acongojado, había salido en busca del doncel, con su arco, bien corvado a la manera escita, y su clava, que siempre le pendía de la diestra. “¡Hilas”, gritó tres veces cuanto pudo con su fuerte garganta; tres veces el doncel le respondió, pero su voz salió tenue del agua, y, estando tan cerca, lejos parecía. Cuando un cervato bala por los montes, el león carnicero corre de su cubil en busca de la comida ya segura. Tal se agitaba Heracles, que añoraba al doncel, por breñas no pisadas, recorriendo gran trecho. ¡Cuitados los amantes! ¡Cuánto penó por montes y maleza! La empresa de Jasón no le importaba ya.
Teócrito: Idilios XIII
trad. M. García Teijeiro – Mª T. Molinos Tejada
Entretanto Hilas con un cántaro de bronce lejos del grupo buscaba la sagrada corriente de un manantial, a fin de traer agua para la cena y con prontitud prepararle convenientemente todo lo demás antes de su llegada. Pues en tales costumbres lo educaba aquél, desde que lo arrebatara muy niño de la morada de su padre, el divino Tiodamante, a quien mató sin piedad entre los dríopes cuando se le enfrentó por un buey de labranza… Pero esto me apartaría lejos de mi canto.
Al punto llegó éste al manantial que llaman Fontanas los habitantes vecinos. Justamente entonces se formaban los coros de ninfas. Pues todas las ninfas, cuantas allí tenían por morada la amable montaña, se cuidaban de celebrar siempre a Ártemis con cantos nocturnos. Cuantas ocupaban las atalayas de los montes o también los torrentes, y las de los bosques, avanzaban en filas desde lejos; en tanto que del manantial de hermosa corriente otra ninfa acababa de emerger sobre el agua. Contempló a éste de cerca, arrebolado de hermosura y dulces encantos, pues la luna llena con su luz lo alcanzaba desde el cielo. Cipris estremeció el corazón de ésta y en su turbación apenas pudo recobrar el aliento.
Tan pronto como él sumergió el cántaro en la corriente, inclinándose de costado, y el agua gorgoteó fuertemente al penetrar en el sonoro bronce, en seguida ella le echó el brazo izquierdo por encima del cuello deseando besar su tierna boca, tiró de su codo con la mano derecha y lo hundió en medio del remolino.
El único de los compañeros que oyó su grito fue el héroe Polifemo Ilátida, que iba más adelante por el camino, pues aguardaba al portentoso Heracles cuando volviera. Acudió corriendo cerca de las Fontanas, como una fiera salvaje… mucho se lamentaba el Ilátida y en derredor recorría el lugar llamándole, pero vanos fueron sus gritos… Entonces, mientras blandía en su mano la espada desnuda, se encontró por el sendero con el propio Heracles… Furioso arrojó a tierra el abeto y corría por el sendero hacia donde sus pies lo llevaban precipitado…. en su arrebato, unas veces agitaba sus veloces rodillas sin cesar y otras en cambio, interrumpiendo su esfuerzo, lanzaba a lo lejos gritos con su gran voz gritos penetrantes.
Apenas la estrella maturina sobrepasó las más altas cumbres, soplaron las brisas… Ellos embarcaron aprisa ansiosos… Cuando en el cielo comienza a brillar la radiante Aurora… entonces se percataron de que los habían dejado atrás sin saberlo…
Apolonio Rodio: Las Argonáuticas I (Gredos, 2000)
trad. M. Valverde Sánchez
El rubio Hilas fue con una vasija de bronce a buscar agua para la cena del propio Heracles y del intrépido Telamón, ya que estos dos amigos compartían siempre la misma mesa. Pronto advirtió una fuente en una hondonada, a cuyo alrededor abundaban los juncos, la obscura celidonia, el verde culantrillo, el florido apio y la reptante grama. En medio del agua danzaban las Ninfas en corro, las Ninfas que nunca duermen, deidades terribles para los campesinos: Éunica y Málide y Niquía, de ojos de primavera.
Fue el mancebo con prisa a hundir la grande jarra en la fontana, mas ellas lo asieron todas de la mano, que a todas el tierno corazón les rindió amor con el deseo del muchacho argivo. Cayó él de golpe en el agua obscura, como cuando del cielo cae una encendida estrella de golpe al mar, y dice el marinero a sus iguales: “Largad velas, muchachos, que se levanta el viento”.
Tenían las ninfas al lloroso mancebo en su regazo y lo consolaban con palabras tiernas. El hijo de Anfitrión, acongojado, había salido en busca del doncel, con su arco, bien corvado a la manera escita, y su clava, que siempre le pendía de la diestra. “¡Hilas”, gritó tres veces cuanto pudo con su fuerte garganta; tres veces el doncel le respondió, pero su voz salió tenue del agua, y, estando tan cerca, lejos parecía. Cuando un cervato bala por los montes, el león carnicero corre de su cubil en busca de la comida ya segura. Tal se agitaba Heracles, que añoraba al doncel, por breñas no pisadas, recorriendo gran trecho. ¡Cuitados los amantes! ¡Cuánto penó por montes y maleza! La empresa de Jasón no le importaba ya.
Teócrito: Idilios XIII
trad. M. García Teijeiro – Mª T. Molinos Tejada
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Volterrano: Hilas
H.W. Bissen: Hilas
Panel romano, siglo IV d.C.
Mosaico romano de Hilas y las ninfas (Museo de León)
H.W. Bissen: Hilas
Panel romano, siglo IV d.C.
Mosaico romano de Hilas y las ninfas (Museo de León)