30 Νοεμβρίου 2012

Η ΓΥΝΑΙΚΕΙΑ ΟΜΟΦΥΛΟΦΙΛΙΑ ΣΤΗΝ ΑΡΧΑΙΑ ΕΛΛΑΔΑ 9

El amor lésbico no parece haber interesado mucho en la Antigüedad clásica, al menos no en la cultura visual. No hay una sola escena de sexo entre mujeres ni en Grecia ni en Roma. Se ha especulado y se ha buscado mucho en las imágenes reflejos de la homosexualidad femenina en un mundo donde la tradición iconográfica del amor entre hombres es tan fuerte. Muchas veces se ha sugerido que en una sociedad como la griega, con tal división de sexos, la insatisfacción femenina podría haberse canalizado hacia la homosexualidad de forma «natural». Algunos textos, no sólo los de Safo, ponen al descubierto este tipo de prácticas. Luciano, por ejemplo, nos cuenta con palabras femeninas la manera en que es seducida una mujer por otras. […] 
En su afán por encontrar algunas escenas de lesbianismo que equilibren algo la abundancia de escenas homosexuales masculinas, algunos autores han decidido de un extraño modo que en las imágenes en que aparecen mujeres manipulando los dildos u ólisboi, se encuentra una referencia a la relación erótica homosexual. [...] Otro ejemplo que se saca a colación son las imágenes en las que aparecen dos mujeres juntas, u si están desnudas mejor. [...] Sin embargo, no hay nada, ni un atisbo de comunicación, de participación, ni un gesto, que nos invite a pensar que aquí hay deseo o emoción erótica. Muy al contrario de lo que veremos en las escenas masculinas. Y esto es lo más explícito que podemos encontrara en las imágenes clásicas. No hay imágenes de lesbianismo ni en el mundo griego ni en el romano, y lo afirmo con la misma rotundidad con la que lo han hecho muchos especialistas antes que yo. 

 Cármen Sánchez: Arte y erotismo en el mundo clásico (Siruelea, 2005) 


Las fuentes iconográficas son sin duda las más elocuentes en el terreno del erotismo antiguo, y, aunque parcas en comparación con la cantidad de información que nos transmiten acerca de la pederastia y la heterosexualidad, no son en absoluto mudas respecto a las relaciones eróticas entre mujeres. En efecto, afirmaciones como que el lesbianismo fue «ampliamente ignorado» o «nunca fue representado a las claras» en la ceramografía clásica, frecuentes entre los estudiosos del tema, han de matizarse o incluso enmendarse, pues a continuación comprobaremos que existe, sobre todo en el ámbito ático, pero también en otros, un buen puñado de imágenes con implicaciones lésbicas, como veremos, muy claras. 

Juan Francisco Martos Montiel: Desde Lesbos con amor. Homosexualidad femenina en la Antigüedad (Ediciones clásicas, 1996)

20 Νοεμβρίου 2012

Η ΓΥΝΑΙΚΕΙΑ ΟΜΟΦΥΛΟΦΙΛΙΑ ΣΤΗΝ ΑΡΧΑΙΑ ΕΛΛΑΔΑ 8

Éduard-Henri Avril 

Luciano de Samósata: Diálogos de las heteras
CLONARION Y LEENA23

CLONARION. — No paramos de oír, Leena, cosas realmente nuevas acerca de ti, a saber, que Megila la lesbia, la ricachona está enamorada de ti como un hombre, que vivís juntas y que no sé qué cosas os hacéis la una a la otra. ¿Qué me dices de eso? ¿Te sonrojas? Vamos, dime si es verdad.
LEENA. — Es verdad, Clonarion, y estoy abochornada pues es algo... antinatural.
CLONARION. — Por Afrodita24, ¿de qué se trata? O ¿qué pretende la mujer? ¿Y qué hacéis cuando estáis juntas? ¿Estás viendo? No me quieres, pues no me ocultarías asuntos de tal índole.
LEENA. — Te quiero más que a cualquier otra, es que la mujer en cuestión es terriblemente varonil.
CLONARION. — No entiendo lo que dices a no ser que se trate de una «hetera para mujeres»25. Cuentan que en Lesbos hay mujeres de esa índole, con pinta de hombres, que no quieren trato con hombres sino que son ellas las que acechan a las mujeres como si de hombres se tratara.
LEENA. — Se trata de algo así.
CLONARION. — Entonces, Leena, explícame estos detalles, cómo se te insinuó la primera vez, cómo te dejaste persuadir y todo lo que vino después.
LEENA. — Ella y Demonasa, la corintia, mujer también rica y de las mismas costumbres que Megila, habían organizado un guateque, y me habían contratado para que les tocara la cítara. Una vez que terminé de tocar, como ya era una hora intempestiva y había que acostarse, y ellas estaban aún borrachas, va Megila y me dice: vamos, Leena, es un momento estupendo para acostarse; así que métete en la cama con nosotras, en medio de las dos.
CLONARION. — ¿Y dormías? ¿Qué sucedió después?
LEENA. — Me besaban al principio como los hombres, no limitándose a adaptar sus labios a los míos, sino entreabriendo la boca, y me abrazaban al tiempo que me apretaban los pechos. Demonasa me daba mordiscos a la vez que me colmaba de besos. Yo no podía hacerme una idea de lo que era aquello. Al cabo de un rato, Megila que estaba ya un poco caliente se quitó la peluca de la cabeza —llevaba una que daba el pego perfectamente acoplada— y se dejó ver a pelo, como los atletas más varoniles, rasurada. Al verla quedé impresionada. Pero ella va y me dice: Leena, ¿has visto ya antes a un jovencito tan guapo? Yo no veo aquí, Megila, a ningún jovencito, le dije. No me tomes por mujer, me dijo, que me llamo Megilo y hace tiempo que casé con Demonasa, ahí presente, que es mi esposa. Ante eso, Clonarion, yo me eché a reír y dije: ¿Así pues, Megilo, nos has estado ocultando que eres un hombre exactamente igual que dicen que Aquiles se ocultaba entre las doncellas y tienes lo que los hombres tienen26 y actúas con Demonasa como los hombres? No lo tengo, Leena, replicó, ni puñetera la falta que me hace; tengo yo una manera muy especial y mucho más gratificante de hacer el amor; lo vas a ver. ¿No serás un hermafrodito, dije yo, como los muchos que se dice que hay que tienen ambos sexos? pues yo, Clonarion, desconocía todavía el tema. ¡Qué va! respondió, soy un hombre de cabo a rabo. Oí contar, decía yo, a la flautista beocia Ismenodora historias locales, que según dicen en Tebas alguien se convirtió de mujer en hombre, y que se trata de un excelente adivino, Tiresias se llama, creo; ¿acaso te ha ocurrido a ti algo así?27. No Leena, dijo; yo fui engendrada igual que todas vosotras las demás mujeres, pero mi forma de pensar, mis deseos y todo lo demás lo tengo de hombre. ¿Y tienes suficiente con los deseos, dije? Si desconfías, Leena, dijo, dame una oportunidad y comprenderás que no necesito para nada a los hombres, pues tengo algo a cambio de la virilidad; ya lo vas a ver. Se la di, Clonarion, pues me suplicaba con insistencia y me regaló un collar de los caros y unos vestidos de los finos. Después yo le iba dando abrazos como a un hombre en tanto que ella no dejaba de actuar y besarme y de jadear y me parecía que su placer era superior al normal.
CLONARION. — ¿Y qué hacía, Leena, y de qué manera? Dímelo antes que nada, que eso es lo que más deseo saber.
LEENA. — No preguntes tan minuciosamente, pues se trata de cosas vergonzosas; así que, por Afrodita28, no te lo podría decir.


23 Clonarion y Leena, literalmente Leona, protagonizan un diálogo subido de tono sobre un amor lesbiano que roza en lo que hoy llaman algunos «travestismo», aludiendo a «mujeres hombrunas». El hecho es considerado algo allokoton, esto es, sorprendente, llamativo, chocante, en oposición a las relaciones homosexuales entre varones que eran consideradas algo mucho más natural.
24 Clonarion jura por «la criadora de muchachos», kourotrophos, antiguo epíteto de la Tierra, que se aplica en ocasiones a Ártemis y a Afrodita, a quien conviene en este pasaje.
25 Fina manera de llamarla «lesbiana» o «invertida».
26 El pasaje es atrevido pero fino, recurriendo las heteras de turno a eufemismos como el que se alude en estas líneas.
27 La conversión de Tiresias de hombre en mujer ha sido ya glosada en la nota 28 a los Dialogos de los muertos.
28 Aquí Afrodita tampoco es mencionada por su nombre, sino por su epíteto «Urania», esto es, «Celestial».

Luciano: Obras IV (Gredos, 1992)
Trad.: José Luis Navarro González

También:

10 Νοεμβρίου 2012

Η ΓΥΝΑΙΚΕΙΑ ΟΜΟΦΥΛΟΦΙΛΙΑ ΣΤΗΝ ΑΡΧΑΙΑ ΕΛΛΑΔΑ 7

Atribuida al Pintor de Oltos, esta copa de figuras rojas de 510 a.C., 
nos muestra ; 
«dos heteras desnudas recostadas sobre almohadones. La de la izquierda 
con el pelo recogido en un sakos toca el doble aulós. La de la derecha, coronada, 
tiene un escifo en la izquierda y ofrece una copa de pie alto con la derecha.» 
Museo Aqueológico Nacional, Madrid

El amor en los banquetes
Al lado de los thiasoi (y después de que éstos desaparecieron), existieron en Grecia otros lugares en los cuales no sólo es posible, sino también probable (y parece en cierta medida documentado) que las mujeres se amasen libremente entre sí. Pero se trataba, en esto casos, de amores muy distintos de los iniciáticos: estos otros lugares eran los banquetes, sobre cuya función social y cultural ya hemos hablado a propósito de la homosexualidad masculina.
Los banquetes, entonces, eran lugares de encuentro destinados a los hombres. Las únicas mujeres que eran admitidas eran admitidas eran las flautistas, las danzarinas, las acróbatas y las hetairas: Leucipe, por ejemplo, o la rubia Euripile, la bulliciosa Gastrodora y Calicrites. Mujeres reclutadas por hombres con papeles diversos, pero con una única función: hacer más placentero al que pagaba el momento del banquete. Y aunque apenas se ve reflejado,  es natural pensar que en el transcurso de estos simposios, como consecuencia espontánea de la participación en la fiesta en la que el erotismo representaba un papel nada secundario (o quizás, aunque es solamente una petición, a petición masculina), sucediese que entre hetairas, flautistas, acróbatas y danzarinas tuviesen lugar encuentros amorosos más o menos ocasionales.
Esta posibilidad (además de por la lógica), está encubierta en un poema, tan célebre como discutido, dedicado por Anacreonte a una muchacha de Lesbos:

Otra vez Eros rubio
me echa el balón, llamándome
a jugar con la niña
de las sandalias;
reo ella –que es de Lesbos-
mi cabeza –está cana-
desprecia, y mira a otra con ojos ávidos.


Eva Cantarella: Según natura. La bisexualidad en el mundo antiguo (Akal, 1988) 

Cantarella encuentra una abierta confirmación de su hipótesis en una de las Cartas de meretrices del epistológrafo Alcifronte, probable contemporáneo de Luciano, en la que una hetera describe a otra fiesta en la que sólo participan mujeres (por supuesto del mismo gremio) y en cuyo desarrollo el vino y el sexo tienen un papel central. Creo que la detallada descripción y la gracia del pasaje permiten una cita quizás demasiado amplia:
«¡Qué fiesta hicimos (…), qué cantidad de deleites! Canciones, bromas, bebida hasta la madrugada, perfumes, coronas, golosinas. (…) Nos hemos emborrachado muchas veces, pero pocas tan a gusto. Pero lo que más nos divirtió fue una reñida porfía que se entabló entre Triálide y Mírrina en torno a cuál de las dos tenía un trasero más hermoso y delicado. En primer lugar Mírrina, tras quitarse el cinturón, comenzó a agitar sus caderas, que a través de su túnica de seda se veían temblar como un pastel de leche y miel, mientras bajaba la vista por detrás para observar los movimientos de su trasero; y suavemente, como si estuviera entregada a algún acto erótico (ενεργούσα τι ερωτικόν), comenzó a gemir de tal modo que ¡por Afrodita!, me dejó impresionada (καταπληγήναι). Pero de ningún modo abandonó Triálide, sino que la superó en lascivia: “Pues yo no voy s competir entre cortinas”, dijo, “ni con remilgos, sino como en el gimnasio, porque los subterfugios no le cuadran a esta competición”. Se quitó la túnica y curvando un poco las caderas dijo: “¡Ea, mira el color de la piel Mírrina, qué lozano, qué inmaculado, qué puro, estas nalgas de brillante púrpura, el apoyo de los muslos, sus carnes ni flacas ni muy gordas, los hoyuelos por encima! Pero, “por Zeus!”, exclamó mientras, sonreía maliciosamente, “no tiemblan como las de Mírrina”. Y ejecutó tal vibración del trasero, mientras que toda ella se agitaba sobre sus caderas a un lado y a otro como ondulándose, que todas aplaudimos y declaramos suya la victoria. Hubo también comparaciones de talle y competiciones de tetas (…)»

Juan Francisco Martos Montiel: Desde Lesbos con amor:Homosexualidad femenina en la antigüedad (Ediciones clásicas, 1996)
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