24 Δεκεμβρίου 2012

Ο ΕΡΩΤΑΣ ΜΕΤΑΞΥ ΤΩΝ ΑΝΔΡΩΝ 1

Muchas son las imágenes en el mundo clásico que nos acercan al erotismo entre hombres. Fijémonos en dos, una griega, el medallón de una copa de figuras rojas donde un hombre adulto se aproxima a un jovencito, y otra romana, la copa Warren, un magnífico vaso de plata con la representación de una relación homosexual explícita. 
En la primera imagen, de principios del siglo V a. C., un hombre adulto y barbado, desnudo e itifálico, sujeta a un jovencito, casi un niño, entre sus piernas, mientras le toca. El joven responde amablemente acariciando la nuca de su compañero. Tras el hombre, el erastés o amante, hay un bastón, signo de su edad, y el recado de un atleta, aríbalo, esponja y estrígile. El niño, el país, mientras acaricia al erastés con una mano sujeta con la otra el regalo que acaba de aceptar de él, una liebre viva atrapada en una red. No hay muebles y los elementos de la imagen sugieren el ambiente atlético de la palestra y el de la caza menor. 
La segunda imagen, la cara anterior de una copa de plata de la época de Augusto, nos sigue representando el mismo tipo de pareja, el adulto barbado y el joven imberbe, pero el ambiente es muy diferente y la escena mucho más escabrosa. Bajo los amantes acoplados hay cojines y telas, una lira a la izquierda, y, a la derecha, una puerta entreabierta por la que asoma la curiosa cabecita de un joven esclavo. El escenario ahora es un cómodo lecho en una habitación con referencias a la música del banquete y la morbosa presencia del mirón, frecuente en muchas escenas eróticas romanas. 
Nos encontramos con dos formas de tratar visualmente el mismo tipo de relación. Hay similitudes y diferencias. ¿Qué significan? ¿Son estas imágenes representativas de la cultura a la que pertenecen? Contestaré a la segunda pregunta con un sí y un no. Sí, porque la homosexualidad masculina en Grecia está ligada a los ambientes atléticos e iniciáticos y porque en la Roma de Augusto las relaciones entre hombres y el concepto de simposio se veían de forma consciente como procedentes de una moda helenizante. No, porque los dos ejemplos son casos aislados y muy poco frecuentes. En el vaso griego, por la respuesta afectuosa del muchacho, y en el romano, porque las escenas eróticas en vasos de lujo, como la cerámica aretina o estos vasos de plata, suelen ser heterosexuales y una imagen como ésta, tan explícita, de relación homosexual era algo muy inusual. 
La idea del amor entre hombres es griega. Pero en contra del tópico del homosexual afeminado, entre los griegos los que amaban a un hombre eran los más viriles por naturaleza, y era precisamente su virilidad, su andreia, lo que les hacía buscar lo semejante. Dover lo expresa de forma contundente: un griego que comentara a sus amigos «estoy enamorado» esperaría de su audiencia que entendiera que el objeto de su amor era un jovencito y que deseaba más que cualquier otra cosa eyacular en or sobre el cuerpo de su amigo. 
El estímulo visual de la belleza de un joven y las cualidades admirables de un adulto son las que impulsan el deseo erótico entre dos amantes. Más que de homosexualidad en Grecia se ha hablado de seudo homosexualidad, ya que en el hombre griego coexisten el deseo de un jovencito con el deseo de una mujer. Y la relación establecida entre hombres, deseable e incluso honorable, es aquella que tiene como protagonistas a un adulto y un adolescente. Un muchacho es deseable hasta que le sale la barba: «Sí, te saldrá la barba, que es el último, el peor de los males, sabrás lo que es la escasez de amigos», y su cuerpo se llena de pelo: «Ni siquiera "buenos días". Pero uno dice:"¿Damón el hermoso ya no dice ni siquiera 'buenos días'?". Ah, pero el tiempo se encargará de castigarlo: todo lleno de pelos dirá "buenos días" y no tendrá respuesta». 
Pero ¿a partir de qué edad eran lícitas las relaciones con jovencitos? «Un encantador muchachito, hijo de mi vecino, me excita y no poco. Sonríe como queriendo cosas que no desconoce. Tiene apenas doce años. Ahora nadie vigila los racimos aún inmaduros.» Un niño de doce años se considera inmaduro pero ya despierta el deseo de Estratón. Él mismo nos hace una relación de las mejores edades para ser amado: «Disfruto las flores de uno de doce; si son trece los años, más fuerte deseo siento; el que tiene catorce destila delicias de amor más fuertes, más gusto el que está en el tercer lustro; los dieciséis son años divinos: no sólo yo busco el año decimoséptimo, sino Zeus. Para el que anhela un amante más viejo se acaba la broma: lo que busca está respondiendo dándose la vuelta». 
Las cualidades del erómenos, del efebo, son su belleza y su virtud. El joven ha de preocuparse por su reputación, no debe resultar fácil y no debe ceder sin ofrecer una cierta resistencia, y, desde luego, no se espera de él una participación activa. Las mujeres pertenecen a lo pasivo y el muchacho que es un no-hombre también. Los niños tenían que comportarse con corrección y decencia, en caso contrario podían recibir «una buena tunda de golpes», como nos dice Aristófanes en las Nubes. El Argumento Justo evoca cómo era la educación a la antigua: «Sentados en casa del maestro de gimnasia, los chicos tenían que extender sus muslos hacia delante, a fin de no mostrar a los de fuera nada indecente y después, al levantarse de nuevo, alisar la arena y procurar no dejar a sus enamorados ninguna huella de sus atributos». El niño que se aleja con el falo semi erecto en un vaso de Eufronios tiene bien ganada la amenaza de la zapatilla del maestro. 
La erótica entre hombres se concibe como un combate entre el que corteja y el que es cortejado, entre el erastés y el erómenos, siguiendo los términos de Dover. Es una relación que no deja de ser problemática e insatisfactoria. Se desea al erómenos, se puede llegar a amarle apasionadamente como el Critóbulo del Banquete de Jenofonte, un hombre recién casado que habla así de su amigo: «de noche no duermo porque no lo veo. De día, la cosa más hermosa que me puede suceder es verlo. Le daría todo lo que poseo voluntariamente y sin ningún sacrificio; si quisiese, sería su esclavo, por él me arrojaría incluso al fuego». No estaba mal vista ni desde luego se consideraba adulterio la relación de un hombre con otro. Adulterio sólo lo cometían las mujeres o los hombres que mantenían relación con una casada. Pero esta asimetría de papeles afectaba también a la relación homosexual. Las normas sociales sancionaban una relación entre dos varones adultos. Una vez que el hermoso joven se ha cubierto de nocturno vello debe ser abandonado: «apagóse Nicandro, al que igual que a los dioses en tiempos juzgábamos; voló la flor de su figura y ni un resto de gracia hay en él. No seáis demasiado altivos, muchachos; luego viene el vello». Y algún amante, como Estratón, tiene que tranquilizar a su joven erómenos prometiéndole una relación más duradera: «Aunque un bozo rizado tus mejillas cubra, y bucles dorados te sombreen las sienes, no te dejaré, querido mío; que tu belleza es mía a pesar de la barba naciente y de los pelos».

Cármen Sánchez: Arte y erotismo en el mundo clásico (Siruela, 2005)

12 Δεκεμβρίου 2012

ΕΓΩ ΓΝΩΡΙΖΩ ΤΗΝ ΚΛΗΡΟΝΟΜΙΑ ΜΟΥ. ΕΣΥ;


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Safo

Los dados de Eros. 
Antología de poesía erótica griega
trad.: Aurora Luque
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