George Hurrel: Ramon Novarro como El nuevo Orfeo
F. Holland Day: Orfeo (1907)
Henry Seeley: Orfeo (1903)
LA HOMOSEXUALIDAD ENTRE LOS MORTALES 2 – ORFEO Y CALAIS (h’)
Un cantor muy hermoso se enamoró de un bello joven.
Una excesiva pasión sentía en su lánguido pecho
y con sus labios pálidos cantaba su dolor:
“Me sentaré frente a ti para hablarte, para escucharte,
para ver tus rubios cabellos y tus frescos labios
que tienen el color de la granada y la dulzura del cantuesco”.
Las solteras y las casadas escucharon la canción.
Las hermosas muchachas y las novias gritaron:
“Un hombre arrastra con su canto a amar a un hombre.
Caerán en el olvido las bodas y los noviazgos
y pasaremos la noche sin un marido a nuestro lado.
Las tetas de nuestros pechos no amamantarán a los niños”.
Amaneció un día de fiesta, allá, en las provincias turcas
y los pueblos se congregaron. Acudieron hombres y mujeres.
Acudió también el cantor con su propio laúd
y empezó a entonar su canción solitaria,
mientras le respondía la dulce melodía del laúd.
Las jovenes palidecieron como pálidas flores
y se irritaron enormemente en sus corazones.
Las solteras y las casadas cogieron piedras y quijarros
y golpearon al cantor mientras cantaba.
El dorado laúd dejó en silencio sus acordes.
El cantor, desconocido entre su sangre, yace en el suelo
y ninguna plañidera le entona sus lamentos.
Las enloquecidas muchachas le cortaron la cabeza
y la arrojaron al río junto al laúd.
Pero el río los hizo salir a la playa, entre las olas.
Caminan como compañeros la cabeza y el laúd.
La ola que pasaba iba resonando dulcemente
y el mar la transportó a numerosas islas.
Todo el derredor de las islas escuchaba, por la tarde
y por la noche, escuchaba la melodía sin saber su procedencia.
Los niños pequeños gritaban: “La produce el mar”.
La melodía se detuvo en un punto profundo,
como una estrella que brilla a medianoche en un lugar.
Parecía que se trataba dal canto de mil ruiseñores.
Los expertos marineros acudieron con sus barcas
y cogieron la cabeza. También cogieron el laúd
y enterraron la cabeza y el laúd en una tumba.
Desde aquel tiempo, en las aldeas de las islas,
las jovenes y los muchachos tocan hermosos órganos
y adornan los laúdes con plata y oro.
Las madres dan a luz hijas de dulces voces
que tienen rostros de ángeles y son ángeles del canto.
Sin embargo, en tierra firme, entre las mujeres asesinas,
los hombres cogieron un hierro, lo pusieron al rojo vivo
en el fuego y marcaron las frentes y espaldas de las muchachas
para que no se recocijaran demasiado por el crimen cometido.
Yeoryios Tertsetis (1800-1874) / Grecia
de la Antología de la Poesía Griega. Desde el siglo XI hasta nuestros días (Ediciones Clásicas, 1997)
Traducción: José A. Moreno Jurado
+información: http://unamiradagay.blogspot.com/2009/05/blog-post_19.html
Felix Valotton: Orfeo y las Ménades
Max Jacob: Orfeo y las Ménades
Valerio Catello: Orfeo atacado por las Ménades
Max Jacob: Orfeo y las Ménades
Valerio Catello: Orfeo atacado por las Ménades
Según Santini, Fanocles y Ovidio pudieron tener una fuente común en que las mujeres eran tatuadas con los mismos instrumentos punzantes con que atacaron a Orfeo. Esta conexión entre delirio y castigo habría sido obviada por Fanocles, que no explica por qué sa ha elegido la marca con tatuajes como castigo para el crimen. Ovidio menciona los instrumentos punzantes, pero habría cambiado el motivo del tatuaje por la transformación de las tracias en árboles. Sin embargo, tal suposición no parece necesaria: Fanocles creyó que la costumbre tracia de tatuarse podía explicarse etiológicamente como castigo por la muerte de Orfeo, sin preocuparse de que estuviera directamente relacionada con su forma de morir. Ovidio seguramente conoció el texto de Fanocles y lo amplió haciendo que las mujeres encontraran los instrumentos del crimen en un labrantío.
Alberto Bernabé y Francesc Casadesús (coord.): Orfeo y la tradición órfica. Un reencuentro I (Akal, 2008)
Alberto Bernabé y Francesc Casadesús (coord.): Orfeo y la tradición órfica. Un reencuentro I (Akal, 2008)
Jean Cocteau: Orfeo