28 Μαρτίου 2011

Η ΛΑΤΡΕΙΑ ΤΟΥ ΑΧΙΛΛΕΑ ΚΑΙ ΤΟΥ ΠΑΤΡΟΚΛΟΥ ΣΤΗΝ ΑΡΧΑΙΟΤΗΤΑ

Henry Füssli: Aquiles intentando asir el alma de Patroclo
Johann Heinrich Schonfeld: Alejandro Magno ante la tumba de Aquiles
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Después que la llama de Hefesto acabó de consumirte, oh Aquileo, al apuntar el día, recogimos tus blancos huesos y los echamos en vino puro y ungüento. Tu madre nos entregó un ánfora de oro, diciendo que se la había regalado Dionisio y era obra del ínclito Hefesto; y en ella están tus blancos huesos, preclaro Aquileo, junto con los del difunto Patroclo Menetíada, y aparte los de Antíloco, que fue el compañero a quien más apreciaste después de la muerte del difunto Patroclo. En torno de los restos, el sacro ejército de los belicosos argivos te erigió un túmulo grande y eximio en un lugar prominente, a orillas del dilatado Helesponto, para que pudieran verlo a gran distancia, desde el ponto, los hombres que ahora viven y los que nazcan en lo futuro. Tu madre puso en la liza, con el consentimiento de los dioses, hermosos premios para el certamen que habían de celebrar los argivos más señalados.

Homero: Odisea

Con este deseo y con esta disposición y pensamiento cruzó (Alejandro) el Helesponto. Habiendo subido subido hasta Ilión, sacrificó al honor en honor de Atenea e hizo libaciones en honor de los héroes. En cuanto a la estela de Aquiles, tras ungirse con aceite y realizar una carrera con sus compañeros, desnudo, tal y como es la costumbre, la coronó considerando a Aquiles afortunado, porque mientras vivió tuvo la suerte de tener un amigo fiel, y una vez muero, la de tener un gran heraldo.

Plutarco: Vida de Alejandro

Otros (dicen) que (Alejandro) coronó la tumba de Aquiles mientras que Hefestión dicen que coronó la de Patroclo.

Arriano de Nicomedia: Anábasis de Alejandro Magno

Se decía que la diosa Tetis levantó la isla del mar para su hijo Aquiles, que mora allí. Aquí están su templo y su estatua, una obra arcaica. La isla no está habitada y las cabras, no muchas, pastan en ella, sacrificándola a Aquiles la gente que llega a ella en sus barcos. En este templo también están depositados gran cantidad de regalos sagrados, cráteras, anillos y piedras preciosas, ofrecidos a Aquiles en agradecimiento. Aún pueden leerse inscripciones en griego y latín, en las que Aquiles es elogiado y celebrado. Algunas de ellas están escritas en honor de Patroclo, porque aquellos que desean ser favorecidos por Aquiles honran a Patroclo al mismo tiempo.

Arriano de Nicomedia: Periplo de Ponto Euxino

Tras haber visitado todos los vestigios de la ciudad, (Caracalla) llegó a la tumba de Aquiles y, después de honrarle con coronas y flores, imitó de nuevo a Aquiles. Puesto que también buscaba un Patroclo, hizo lo siguiente: Caracalla tenía entre sus libertos un predilecto, llamado Festo, director de archivo imperial. Este Festo murió mientras estaba en Ilión, -según cuentan algunos, envenenado para que fuera enterrado como Patroclo; según otros, consumido por la enfermedad-. Caracalla ordenó que el cadáver fuera recogido y que se amontonara mucha madera en una pira. En el centro colocó al muerto y, después de haber sacrificado todo tipo de animales, le prendió fuego. Con un vaso de libaciones imploró también a los vientos. A pesar de que era casi calvo, quiso poner un bucle encima de pira y fue objeto de mofa: sin tener en cuenta los (pocos) cabellos que tenía, se los cortó.

Herodiano

21 Μαρτίου 2011

Η ΨΥΧΗ ΤΟΥ ΠΑΤΡΟΚΛΟΥ ΕΠΙΣΚΕΠΤΕΤΑΙ ΤΟΝ ΑΧΙΛΛΕΑ


Así gemían los teucros en la ciudad. Los aqueos, una vez llegados a las naves y al Helesponto, se fueron a sus respectivos bajeles. Pero a los mirmidones no les permitió Aquileo que se dispersaran; y puesto en medio de los belicosos compañeros, les dijo:
—Mirmidones, de rápidos corceles, mis compañeros amados! No desatemos del yugo los solípedos bridones; acerquémonos con ellos y los carros a Patroclo, y llorémosle, que este es el honor que a los muertos se les debe. Y cuando nos hayamos saciado de triste llanto, desunciremos los caballos y aquí mismo cenaremos todos.
Así habló. Ellos seguían a Aquileo y gemían con frecuencia. Y sollozando dieron tres vueltas alrededor del cadáver con los caballos de hermoso pelo: Tetis se hallaba entre los guerreros y les excitaba el deseo de llorar. Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas de lágrimas se veían las armaduras de los hombres. ¡Tal era el héroe, causa de fuga para los enemigos, de quien entonces padecían soledad! Y el Pelida comenzó entre ellos el funeral lamento colocando sus manos homicidas sobre el pecho del difunto.
—¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Hades! Ya voy a cumplirte cuanto te prometiera: he traído arrastrando el cadáver de Héctor, que entregaré a los perros para que lo despedacen cruelmente; y degollaré ante tu pira a doce hijos de troyanos ilustres por la cólera que me causó tu muerte.
Dijo y para tratar ignominiosamente al divino Héctor, lo tendió boca abajo en el polvo, cabe al lecho del hijo de Menetio. Quitáronse todos la luciente armadura de bronce, desuncieron los corceles, de sonoros relinchos, y sentáronse en gran número cerca de la nave de Eácida, el de los pies ligeros, que les dio un banquete funeral espléndido. Muchos bueyes blancos, ovejas y balantes cabras palpitaban al ser degollados con el hierro; gran copia de grasos puercos, de albos dientes, se asaban, extendidos sobre las brasas; y en torno del cadáver la sangre corría en abundancia por todas partes.
Los reyes aqueos llevaron al Pelida, de pies ligeros, que tenía el corazón afligido por la muerte del compañero, a la tienda de Agamemnón Atrida, después de persuadirle con mucho trabajo; ya en ella, mandaron a los heraldos, de voz sonora, que pusieran al fuego un gran trípode por si lograban que aquél se lavase las manchas de sangre y polvo. Pero Aquileo se negó obstinadamente, e hizo, además, un juramento:
—¡No, por Zeus, que es el supremo y más poderoso de los dioses! No es justo que el baño moje mi cabeza hasta que ponga a Patroclo en la pira, le erija un túmulo y me corte la cabellera; porque un pesar tan grande jamás, en la vida, volverá a sentirlo mi corazón. Ahora celebremos el triste banquete; y cuando se descubra la aurora, manda, oh rey de hombres Agamemnón, que traigan leña y la coloquen como conviene a un muerto que baja a la región sombría, para que pronto el fuego infatigable consuma y haga desaparecer de nuestra vista el cadáver de Patroclo, y los guerreros vuelvan a sus ocupaciones.
Así se expresó; y ellos le escucharon y obedecieron. Dispuesta con prontitud la cena, banquetearon, y nadie careció de su respectiva porción. Mas después que hubieron satisfecho de comida y de bebida al apetito, se fueron a dormir a sus tiendas. Quedóse el hijo de Peleo con muchos mirmidones, dando profundos suspiros, a orillas del estruendoso mar, en un lugar limpio donde las olas bañaban la playa; pero no tardó en vencerle el sueño, que disipa los cuidados del ánimo, esparciéndose suave en torno suyo; pues el héroe había fatigado mucho sus fornidos miembros persiguiendo a Héctor alrededor de la ventosa Troya. Entonces vino a encontrarle el alma del mísero Patroclo, semejante en un todo a éste cuando vivía, tanto por su estatura y hermosos ojos, como por las vestiduras que llevaba; y poniéndose sobre la cabeza de Aquileo, le dijo estas palabras:
—¿Duermes, Aquileo y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas; y de este modo voy errante por los alrededores del palacio, de anchas puertas, de Hades. Dame la mano, te lo pido llorando; pues ya no volveré del Hades cuando hayáis entregado mi cadáver al fuego. Ni ya, gozando de vida, conversaremos separadamente de los amigos; pues me devoró la odiosa muerte que el hado cuando nací me deparara. Y tu destino es también, oh Aquileo, semejante a los dioses, morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y encargaré, por si quieres complacerme. No dejes mandado, oh Aquileo, que pongan tus huesos separados de los míos: ya que juntos nos hemos criado en tu palacio, desde que Menetio me llevó desde Opunte a vuestra casa por un deplorable homicidio —cuando encolerizándome en el juego de la taba maté involuntariamente al hijo de Anfidamante—, y el caballero Peleo me acogió en su morada, me crió con regalo y me nombró tu escudero; así también, una misma urna, la ánfora de oro que te dio tu veneranda madre, guarde nuestros huesos.
Respondióle Aquileo, el de los pies ligeros:
—¿Por qué, caro amigo, vienes a encargarme estas cosas? Te obedeceré y lo cumpliré todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por breves instantes, para saciarnos de triste llanto.
En diciendo esto, le tendió los brazos, pero no consiguió asirlo: disipóse el alma cual si fuese humo y penetró en la tierra dando chillidos. Aquileo se levantó atónito, dio una palmada y exclamó con voz lúgubre:
—¡Oh dioses! Cierto es que en la morada de Hades queda el alma y la imagen de los que mueren, pero la fuerza vital desaparece por completo. Toda la noche ha estado cerca de mi el alma del mísero Patroclo, derramando lágrimas y despidiendo suspiros, para encargarme lo que debo hacer; y era muy semejante a él cuando vivía.
Tal dijo, y a todos les excitó el deseo de llorar. Todavía se hallaban alrededor del cadáver, sollozando lastimeramente, cuando despuntó Eos de rosados dedos. Entonces el rey Agamemnón mandó que de todas las tiendas saliesen hombres con mulos para ir por leña; y a su frente se puso Meriones, escudero del valeroso Idomeneo. Los mulos iban delante; tras ellos caminaban los hombres, llevando en sus manos hachas de cortar madera y sogas bien torcidas; y así subieron y bajaron cuestas, y recorrieron atajos y veredas. Mas, cuando llegaron a los bosques del Ida, abundante en manantiales, se apresuraron a cortar con el afilado bronce encinas de alta copa, que caían con estrépito. Los aqueos las partieron en rajas y las cargaron sobre los mulos. En seguida éstos, batiendo con sus pies el suelo, volvieron atrás por los espesos matorrales, deseosos de regresar a la llanura. Todos los leñadores llevaban troncos, porque así lo había ordenado Meriones, escudero del valeroso Idomeneo. Y los fueron dejando sucesivamente en un sitio de la orilla del mar, que Aquileo indicó para que allí se erigiera el gran túmulo de Patroclo y de sí mismo.


Después que hubieron descargado la inmensa cantidad de leña, se sentaron todos juntos y aguardaron. Aquileo mandó a los belicosos mirmidones que tomaran las armas y unieran los caballos: y ellos se levantaron, vistieron la armadura, y los caudillos y sus aurigas montaron en los carros. Iban éstos al frente, seguíales la nube de la copiosa infantería, y en medio los amigos llevaban a Patroclo, cubierto de cabello que en su honor se habían cortado. El divino Aquileo sosteníale la cabeza, y estaba triste porque despedía para el Hades al eximio compañero.
Cuando llegaron al lugar que Aquileo les señaló, dejaron el cadáver en el suelo, y en seguida amontonaron abundante leña. Entonces, el divino Aquileo, el de los pies ligeros, tuvo otra idea: separándose de la pira, se cortó la rubia cabellera que conservaba espléndida para ofrecerla al río Esperquio; y exclamó, apenado, fijando los ojos en el vinoso ponto:
—¡Oh Esperquio! En vano mi padre Peleo te hizo el voto de que yo, al volver a la tierra patria, me cortaría la cabellera en tu honor y te inmolaría una sacra hecatombe de cincuenta carneros cerca de tus fuentes, donde están el bosque y el perfumado altar a ti consagrados. Tal voto hizo el anciana, pero tú no has cumplido su deseo. Y ahora, como no he de volver a la tierra patria, daré mi cabellera al héroe Patroclo para que se la lleve consigo.
En diciendo esto puso la cabellera en las manos del amigo, y a todos les excitó el deseo de llorar. Y entregados al llanto los dejara el sol al ponerse, si Aquileo no se hubiese acercado a Agamemnón para decirle:
—¡Oh Atrida! Puesto que los aquivos te obedecerán más que a nadie y tiempo habrá para saciarse de llanto, aparta de la pira a los guerreros y mándales que preparen la cena; y de lo que resta nos cuidaremos nosotros, a quienes corresponde de un modo especial honrar al muerto. Quédense tan sólo los caudillos.
Al oírlo, el rey de hombres Agamemnón despidió la gente para que volviera a las naves bien proporcionadas; y los que cuidaban del funeral amontonaron leña, levantaron una pira de cien pies por lado y con el corazón afligido, pusieron en ella el cuerpo de Patroclo. Delante de la pira mataron y desollaron muchas pingües ovejas y bueyes de tornátiles pies y curvas astas, y el magnánimo Aquileo tomó la grasa de aquellas y de éstos, cubrió con la misma el cadáver de pies a cabeza, y hacinó alrededor los cuerpos desollados. Llevó también a la pira dos ánforas, llenas respectivamente de miel y de aceite, y las abocó al lecho; y exhalando profundos suspiros, arrojó a la hoguera cuatro corceles de erguido cuello. Nueve perros tenía el rey que se alimentaban de su mesa, y degollando a dos, echólos igualmente en la pira. Siguiéronle doce hijos valientes de troyanos ilustres, a quienes mató con el bronce, pues el héroe meditaba en su corazón acciones crueles. Y entregando la pira a la violencia indomable del fuego para que la devorara, gimió y nombró al compañero amado:
—¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Hades![...]

Homero: Ilíada (canto XXIII)

14 Μαρτίου 2011

ΑΧΙΛΛΕΑΣ

Bertel Thorvaldsen
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Aquiles era hijo de la diosa marina Tetis y del héroe Peleo, rey de Ftía, en Tesalia. La diosa le sumergi'o en la sangre de un drag'on o en la laguna de la Estigia, pero qued'o un punto no bañado por el líquido inmortalizador: el talón vulnerable […] Ya desde su nacimiento es patente su ilustre destino. Los dioses obligaron a Tetis, la bellísima hija de Nereo, a tomar como esposo a un mortal, temiendo el vaticinio de que ella daría a luz un hijo superior a su padre. Zeus y Poseidón desistieron de cortejar a la diosa marina y le asignaron al noble Peleo por marido. De la educación heroica de Aquiles se encargó el centauro Quirón, arquetípico maestro en la iniciación de héroes famosos, y el joven se mostró digno de sus enseñanzas. Luego el joven marchó a Troya con sus grandes caudillos aqueos (una vez que Ulises desbarató el ardid de su ocultamiento en Esciros). Allí se portó como debía y decidió el desenlace de la larga guerra, al dar muerte a muchos enemigos, y sobre todo a Héctor, el más valeroso de los hijos de Príamo, tal como se relata en el poema homérico.
La Ilíada se configura en torno al tema de la ira de Aquiles. En el comienzo se cuenta cómo, al reclamar el adivino Crises la devolución de su hija, asignada a Agamenón en el reparto de cautivas, el gran jefe del ejército aqueo accede a a ello, pero se lleva en compensación a la cautiva Briseida, asignada a Aquiles. El hijo de Tetis se enfurece y decide retirarse de los combates. En vano, cuando los troyanos ponen en apuros a los griegos, envía una embajada Agamenón a su tienda para rogarle que regrese. Sólo más tarde, cuando de nuevo los griegos están en un tremendo agobio, cede Aquiles a los ruegos de Patroclo, y le deja que se revista su armadura e intente salvarlos de la derrota total. Pero tras un primer victorioso avance, Patroclo muere, a manos del dios Apolo y del troyano Héctor. Terrible es el dolor del héroe al saber la muerte de su amigo; y decide vengarlo a cualquier precio. De nuevo acude Tetis a socorrer a su hijo, y le trae una nueva armadura, fabricada por el dios Hefesto. Irrumpe ya ferozmente Aquiles en la pelea y a su avance deja un rastro sangriento de muchos muertos, hasta encontrarse con Héctor. En el duelo ante los muros de Troya, Aquiles mata con su lanza, y la ayuda de Atenea, al príncipe troyano.
Sin embargo, el rencoroso Aquiles no está satisfecho aún, en su vengativo furor, con esa muerte, y arrastra durante días el cadáver de Héctor tras su carro para destrozarlo con completo. Pero hasta los dioses se apiadan del noble héroe troyano, y advierten al hijo de Peleo. Y el viejo rey Priamo, guiado por Hermes, acude de noche al campamento griego a solicitarle la devolución del cuerpo de su hijo. En una emotiva escena Aquiles accede. Se celebran juegos fúnebres por Patroclo en el campamento griego (canto XXIII), y en Troya los funerales de Héctor (XXIV). Y con esos lamentos fúnebres troyanos concluye la epopeya.
No se cuenta en la Ilíada la muerte de Aquiles (a quien mató Paris de un flechazo en el talón vulnerable) ni tampoco el final de Troya (conquistada gracias al truco del enorme caballo de madera). El final de la guerra se cuenta, con todo, en la primera parte de la Odisea, pero también estaban relatados esos episodios últimos en otros poemas que se han perdido. De Aquiles contaban otros poemas, algunos épicos que se perdieron pronto y otros muy posthoméricos (como el muy largo poema Posthomerica de Quinto de Esmirna), y variados resúmenes mitológicos y novelescos (en prosas latinas como las Crónicas troyanas de Dares y Dictis). […]
La Odisea nos ofrece, sin embargo, una última visión de Aquiles que merece comentario por su ironía y su mordacidad. Ulises habla con su antiguo camarada en su visita al Hades, y allí la sombra del gran guerrero muerto le hace una amarga confesión. Dice, en efecto, desde allí, este Aquiles fantasmal, que preferiría ser esclavo de un campesino que rey en el mundo de los muertos. Y esa protesta póstuma del héroe contra su destino nos causa una tremenda desazón. En el Más Allá sombrío Aquiles echa de menos la vida.

Carlos García Gual: Diccionario de Mitos (Planeta, 1997)
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Bertel Thorvaldsen /Léon Benouville/ Jules Bastien-Lepage/Ernst Herter

7 Μαρτίου 2011

Η ΕΡΩΤΙΚΗ ΣΧΕΣΗ ΑΧΙΛΛΕΑ ΚΑΙ ΠΑΤΡΟΚΛΟΥ

Bertel Thorvaldsen: Aquiles y Patroclo
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Desde el siglo V el aspecto sexual de la amistad entre Aquiles y Patroclo es un lugar común (…)La oposición entre Esquines (para quien el erasta es Aquiles) y Platón (para quien es Patroclo), reveladora de una dificultad, remite a la pertinente respuesta de Jenofonte: la homosexualidad griega es fundamentalmente una pederastia, un amor por los muchachos jóvenes: Aquiles y Patroclo, Teseo y Pirítoo, Orestes y Pílades, no son sino amistades viriles de las que se excluye la relación erasta/erómeno. Si puede dudarse sobre la identidad del erasta, es prueba de que la pareja de que se trate es ajena a la representación corriente de la homosexualidad. Un pasaje de la Ilíada afirma que Patroclo es mayor en edad que su amigo: en él se funda indudablemente el curioso concepto que tiene Platón del problema. Pero de este modo la norma social queda invertida: Aquiles es claramente dominante respecto de Patroclo y se comprende que, al revés que Platón, los autores casi unánimemente hagan al primero erasta del segundo.
Naturalmente, estas observaciones abonan la tesis general: si la pederastia griega tiene sus fuentes en una institución pedagógica, como tantos elementos animan a pensar, la relación entre Aquiles y Patroclo, que es la propia de la camaradería entre guerreros de la misma generación, no puede ser también sexual.
Al parecer, es en el siglo V cuando la relación entre Aquiles y Patroclo es objeto de una interpretación homosexual. Platón reprocha a Esquilo, el dramaturgo, que hubiera hecho de Aquiles amante de Ptroclo; sabido es que lo esencial de su obra se ha perdido: comprendía una trilogía, Los mirmidones, Las nereidas y Los frigios, completada por un drama satírico, El rescate de Héctor; la primera tragedia sería la fuente de la interpretación sexual tan a menudo evocada por los autores posteriores. A este respecto los dos fragmentos que se conservan no dejan lugar a dudas y su crudeza es sorprendente en la tragedia ática. El primero, citado por Plutarco en su inestimable Erotikós, dice:
¡No has respetado la augusta [pureza]
de tus muslos, oh cruel, a pesar de todos nuestros besos!
y el segundo habla de homília, esto es, «asociación» pero también «coito» «con las nalgas». Verosímilmente Aquiles pronuncia estas palabras ante el cadáver de Patroclo, a quien reprocha que no siga vivo junto a él. El contacto corporal, los coitos anal y crural son evocados con una nitidez que no tiene parangón, creo yo, antes de Solón, cuando éste celebra al erasta
Que tanto ama de los muchachos la juventud florida
[deseando] la dulzura de los muslos y los labios.

Bernard Sergent: La homosexualidad en la mitología griega (Alta Fulla, 1986)
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Antoine-Jean Gros: La muerte de Patroclo (¿?)
Giovanni Antonio Pellegrini: Aquiles contemplando el cuerpo de Patroclo
Aquiles llora ante el cadáver de Patroclo
George Dawe: Aquiles desesperado por la pérdida de Patroclo

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