Apenas apuntaba en el cielo la Aurora portadora de luz, cuando, mientras soplaba el Céfiro raudo, (los argonautas) ascendieron desde la orilla a sus bancos de remeros. Izaron del fondo las piedras de anclaje muy animados; recogieron todos los arreos según lo usual, y desplegando la vela la anudaron a las correas del mástil. Un firme viento empujaba la nave. Pronto avizoraron la hermosa isla Antemoesa, donde las sirenas de voz clara, hijas de Aqueloo, asaltan con el hechizo de sus dulces cantos a cualquiera que allí se aproxime. Las dio a luz, de su amoroso encuentro con Aqueloo, la bella Terpsícore,
Una de las musas, y en otros tiempos, cantando en coro, festejaban a la gloriosa hija de Deméter, cuando aún era virgen.
Pero ahora eran en su aspecto semejantes en una mitad a los pájaros y en parte a muchachas, y siempre estaban en acecho desde su atalaya de buen puerto. ¡Cuán a menudo arrebataron a muchos el dulce regreso al hogar, haciéndolos perecer.
A punto estuvieron allí de lanzar las amarras de su nave sobre aquellas riberas, de no ser por el hijo de Eagro, Orfeo el tracio. Tomó él en sus manos su lira bistonia, e hizo sonar la rápida melodía de un canto de marcha ligera, para que los oídos que escuchaban zumbaran bajo el son de sus cuerdas. Y la lira dominó la voz de las doncellas. Aun tiempo el Céfiro y una ola resonante que se precipitó sobre la popa los apartaron, y las sirenas lanzaron lejos su voz ya indiscernible. Pero aun así, hubo uno de los héroes, Butes, que entre sus compañeros se precipitó presuroso desde su pulido banco al mar, enardecido en su ánimo por la clara voz de las sirenas, y nadaba entre las ondas purpúreas, para alcanzar la orilla, ¡el desgraciado! ¡Cuán pronto allí le hubieran arrebatado el regreso! Pero se compadeció de él la soberana del monte Erix, la diosa Cipris, y cuando todavía estaba entre los torbellinos del mar, lo recogió y lo puso a salvo, ofreciéndole su benevolencia para que habitara el monte Lilibeo.devorados! Sin reparos, también para los Argonautas dejaron fluir de sus bocas el canto armonioso.
Los demás, conteniéndose con pena, las habían dejado atrás, pero aún en aquellos estrechos del mar les aguardaban otros peligros mortales para las naves.
Apolonio de Rodas: El viaje de los Argonautas (Alianza, 1987)
Trad.: Carlos García Gual
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